Expulsado a ninguna parte

Xurxo Melchor
xurxo melchor SANTIAGO / LA VOZ

GALICIA

Un apátrida que vive en Santiago se enfrenta a una orden de salida

28 ene 2012 . Actualizado a las 06:00 h.

El limbo sí existe. Está en una calle del centro de Santiago, en el hogar de John Johnson, liberiano de nacimiento pero apátrida de realidad. Sobre él pesa una orden de expulsión que no se puede cumplir. Es un expulsado a ninguna parte porque Liberia no lo reconoce como liberiano ni España como apátrida. Así lleva tres años. En stand by. A la espera de poder iniciar una vida que él siente como robada. «Yo solo quiero vivir», implora.

La historia de John Johnson daría para una película, pero de momento se ha quedado en un DVD autoeditado en el que cuenta su desventura. Está «indignado» y cree que es presa del «racismo» del jefe de Inmigración de la zona, pero su temple africano hace que hasta se tome a broma algunos de los sinsentidos de su situación. Ríe y bromea. Menos cuando habla de Liberia y de su infancia. Ahí sus ojos se tornan brillantes, y su tono, grave. El sufrimiento al que estuvo expuesto se hace patente y conmueve.

John nació en Liberia en 1975. Cuando tenía solo cinco años se quedó sin familia y sin casa por el conflicto que vivió el país y que provocó dos guerras civiles. Se vio solo. Por lógica debió sentir terror, aunque ese temple africano del que hace gala le lleva a explicar la terrible situación con un «yo entonces tuve que vivir solo y tenía bastante miedo». Fue suficiente como para echar a correr en un viaje a pie y en barco que duró años y que tuvo su etapa final en Ceuta, adonde llegó en 1996.

No figura en ningún registro

De su Liberia natal se trajo solo el terror de lo vivido. Sus padres no lo habían inscrito en el registro cuando nació. Jamás figuró en ningún censo. Nunca tuvo ningún tipo de documentación. «Yo creo que su madre lo hizo así para evitar que viniera la guerrilla y se lo llevase como niño soldado», explica su novia, gallega.

Curiosamente, los primeros papeles los tuvo en España, donde trabajó legalmente y con todos los permisos en regla desde 1997. Pasó por Córdoba y por Málaga antes de llegar a Vigo en el año 2002, donde trabajó en varias empresas, como demuestra el informe de vida laboral que muestra con orgullo entre la numerosa documentación de todo tipo con la que refuerza su historia.

En España todo le fue bien a John hasta el 7 de agosto del 2006, cuando lo acusaron de robo con intimidación en una tienda de juguetes. Él lo niega. Asegura que fue todo un error. Que la dependienta se asustó y que el negro de su piel y su pelo a lo rastafari no le ayudaron. «Yo me estaba mudando porque había perdido mi trabajo en Lestedo. Trabajaba en la construcción y se acabó el choio. Llevaba cubiertos y platos en la bolsa y se me cayó un cuchillo, lo recogí del suelo y cuando me levanté la chica ya estaba gritando», explica John. «El juicio fue una vergüenza y su abogado defensor, que era de oficio, no hizo nada», asegura un amigo suyo. Fuese o no culpable, acabó con sus huesos en la cárcel de Teixeiro. Dos años. Y cuando salió, sus permisos de residencia y de trabajo habían caducado e Inmigración le presentó una orden de expulsión por haber sido condenado por robo con intimidación. Salió de prisión el 14 de abril del 2009 sin papeles, sin derecho al paro para el que había cotizado, con solo 15 euros en el bolsillo y con todos sus planes de vida rotos.

Y así ha sido su vida estos tres últimos años. Como en su infancia, vuelve a vivir con miedo. No quiere que lo expulsen y no tiene ninguna intención de abandonar lo que aún conserva de su vida: su novia, su casa, sus amigos y la vida plena que antes tuvo. «Si no me matan, voy a seguir aquí», advierte.

Asegura sentir «repugnancia» y estar «indignado» por su situación. Ya no sabe a quién recurrir y pide ayuda. «Necesitamos un abogado, pero no tenemos dinero», afirma. Está tan desesperado, que John admite que la idea de la muerte le ronda últimamente por la cabeza. «Y que no se engañen el jefe de Inmigración y la Subdelegación del Gobierno, que si me muero aquí me quedo para siempre, porque no hay ninguna tierra que rechace un cadáver», sentencia golpeando el suelo de parqué de su salón.