Desalojo sin desalojados en Caritel

m. gago, l. penide PONTEVEDRA

GALICIA

Una familia dejó una casa en Caritel el lunes para regresar al poblado de O Vao.

11 ene 2012 . Actualizado a las 09:19 h.

Una bicicleta de niño en el patio y un cerdo vietnamita -que se escapó incómodo por una corredoira- es todo lo que encontró la comisión, custodiada por ocho coches policiales y de la Guardia Civil, al ejecutar ayer el desahucio en Caritel, en el municipio pontevedrés de Ponte Caldelas, de una familia gitana del poblado chabolista de O Vao (Poio) que había sido realojada en el 2008. Es un nuevo capítulo de un conflicto que comenzó hace casi cuatro años, cuando Poio realojó en Caritel a dos familias de O Vao.

La oposición vecinal, cuyos representantes guardaron silencio -solo uno de sus vecinos defendió ayer a los desalojados-, fue de tal calibre que obligó al Concello de Ponte Caldelas a llevar al juzgado al de Poio, que contaba con el respaldo de la Xunta del bipartito. Los incidentes provocados por la oposición vecinal, así como los choques institucionales entre los dos concellos afectados se sucedieron en el tiempo, enrareciendo la convivencia. Una primera sentencia anuló los realojos y todos los recursos del gobierno de Poio fracasaron en los tribunales.

El alcalde de Ponte Caldelas, Perfecto Rodríguez, admitió que la familia afectada ayer no causaba problemas, pero indicó que no quedaba otra salida al desahucio porque «os realoxos foron ilegais e irregulares». El regidor de Poio, Luciano Sobral, lamentó lo sucedido, pero recalcó que no tenía alternativa.

Miguel Montoya, su mujer e hijos permanecieron hasta la noche del lunes en Caritel. La otra familia ya no vivía desde hacía tres años en el bajo del inmueble que en su día el Concello de Poio compró en Ponte Caldelas. El cambio de cerraduras de ese otro piso será el próximo martes.

Montoya señaló que tanto él como su mujer han regresado a O Vao, residiendo en la chabola de un allegado. «Estamos durmiendo en el suelo», dijo. Sus hijos están en otra chabola. No obstante, dejó abierta la puerta a abandonar el asentamiento marginal, aunque no quiso confirmar que fuese a Monte Porreiro u otro punto de Pontevedra. Al valorar el fracaso del realojo, Montoya no ocultó su decepción: «La verdad es que no esperaba esto».