De la sardina, ya no quedan ni las espinas

Alberto Mahía A CORUÑA

A CORUÑA

CÉSAR QUIAN

No hubo manera de que el pez del carnaval fuese tragado por las aguas de San Amaro. Quedó varado en las rocas

19 feb 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Fueron cinco días con sus noches lo que se veló a la sardina en el bar Pardillo, en el corazón de Monte Alto. Allí iban los choqueiros a escuchar dos misas diarias -a las 23.00 y a las 01.30-. Pese a que no son horas, al duelo asistía un gentío que luego ya de paso, tomaba algo. A su entierro no fueron cuatro gatos, como ocurría hace años, sino cientos de personas. Algunas menos participaron en la comitiva, esa que recorrió la calle de la Torre con parada a recoger al Dios Momo en la plaza de España, para llegar, hora y media después de haber partido, a la playa de San Amaro.

En el camino, las escenas de dolor (de mandíbula) se sucedían. «Pero qué mal lloras. Pareces una gata en celo», le espetaron sus amigas a una sobreactuada plañidera. Hubo abarrote de viudas en la comitiva. «Era un elemento. Mira cuántas mujeres dejó el muy...», clamó Luisa mirando con rabia al pez. «Qué engañadas nos tenía», cayó del burro Carmucha.

Así, entre lloros e ingenio llevaron en volandas los choqueiros a los dos símbolos del carnaval coruñés. Aunque viajan en carroza. A medida que crecía el olor a salitre, las marchas fúnebres y los pasodobles eran sustituidos por estribillos como «Brasil un país tropical» o «mira que cousa máis linda». Delante de la comitiva, una pequeña orquesta con ritmos caribeños que hacía bailar hasta a los semáforos. Fue también motivo de bromas el cantante, un bigardo de casi dos metros, de tez morena y con el móvil en el bolsillo. «Debe ser de los antiguos, por lo grande que es», gritaba una. «Déjame hacer una llamada», rogaba la más atrevida.

A ritmo de Juan Luis Guerra se llegó al arenal de San Amaro. Allí se quemó la falla y se intentó lanzar la sardina al mar. Se intentó, porque no se pudo. No quiso. Peleó y peleó contra las olas y contra los envites de las plañideras hasta quedar encallada en las rocas. Se fue todo el mundo diciendo que «un año no es nada» y la sardina quedó acompañada de un adolescente «te quiero» pintado en la arena.