El pasado 23 de febrero era la fecha límite para desmantelar el poblado
20 mar 2012 . Actualizado a las 19:59 h.Penamoa resiste 28 años después. Aguanta las embestidas de cualquier protesta vecinal, continúa sobreviviendo a la destrucción de las palas mecánicas, soporta la presión policial, y hasta parece que es capaz de regatear las decisiones judiciales.
Porque todo apuntaba a que el pasado 23 de febrero el poblado iba a ser historia. O por las buenas, y de forma voluntaria, o por las malas, cumpliendo la sentencia que los jueces dictaminaron a finales del 2010.
Ana Oreiro, como presidenta de la Plataforma polo Desmantelamento de Penamoa, consideraba el 29 de febrero la supervivencia del poblado «un incumplimiento de las promesas del actual equipo de gobierno del Ayuntamiento». El concejal de Asuntos Sociales, Miguel Lorenzo, le contestaba el día 1 de marzo: «Todavía no se han cumplido los 30 días para desalojar voluntariamente» el asentamiento. Entre lo que dicen unos, lo que contestan los otros y, presumiblemente, el retraso de la decisión final de los jueces, Penamoa continúa resistiendo.
Y así lo demuestra el catastro y el censo que diariamente actualiza el vecino del poblado José Monteiro. Tiene registradas de su puño y letra nueve infraviviendas. En ellas malviven diez familias, que suman un total de treinta personas, y de ellas, doce son menores de edad.
Lo que no contabiliza Monteiro es el número de visitantes que acuden todos los días al poblado. Porque todavía son muchos los que suben la cuesta que les lleva desde el Ventorrillo hasta las chabolas que se mantienen en pie. Tanto Monteiro como sus vecinos de Penamoa aseguran no conocer el motivo que lleva a esta gente a visitarles diariamente. Quieren pensar -eso dicen, que aquellos que llegan al poblado para interesarse por «cómo podemos vivir aquí, así, sin nada».
Pero sí es público el por qué de esta procesión diaria. Estos jóvenes, de andar cansino, llegan agotados a alguna de las chabolas aún en pie. No llaman a sus puertas, no es necesario porque están abiertas, y son recibidos como si fuesen familiares. De allí salen fortalecidos, exultantes. Son los toxicómanos. Y es que según Ana Oreiro, «en Penamoa sigue habiendo droga». Y quien sí conoce los porqués de estas visitas diarias a Penamoa es la policía. Las rondas de vigilancia se suceden todos los días, y los cacheos. Pero a aquellos enganchados a la droga les puede más la adición.
Penamoa resiste «y va para largo», amenazó Miguel Silva Borja, el abuelo del poblado, que dice vivir «a la intemperie», ya que le tiraron la chabola «y me llevaron la furgoneta». Los más jóvenes dicen no tener a donde ir. «Vamos a muchas entrevistas de trabajo, pero todo se queda en nada cuando decimos que somos gitanos», indicó
Y lo de resistir y prolongar su estancia no es la única advertencia de los últimos treinta de Penamoa. Pueden llegar más vecinos al poblado. «Muchos que se beneficiaron de los pisos no tienen con qué pagar, ni tan siquiera los cuartos de la comunidad. Y quieren volver», dice Silva.