Sus planes económicos distan de sus promesas y la coalición se tambalea.
20 jun 2010 . Actualizado a las 02:00 h.El Mundial de Fútbol se juega lejos de Alemania, y sin embargo supone un respiro para la canciller Angela Merkel. Estos días se habla menos del descontento generalizado con su Gobierno y más de la goleada alemana contra Australia y de la derrota frente a Serbia. Pero lo cierto es que no pasa un día sin que le lluevan críticas, a ella y a su socio de coalición, el Partido Liberal (FDP). «Déjenlo», decía la portada del semanario más influyente del país, en alusión a un Gobierno dividido.
El plan de austeridad por valor de 80.000 millones de euros propuesto por el Ejecutivo de centroderecha no ha sido bien recibido, ya que castiga a los más débiles, los desempleados.
Desde la oposición, los socialdemócratas exigen el adelanto de elecciones, y los verdes, una moción de censura, pero el descontento está también en las propias filas democristianas. Esperan que Merkel imponga su autoridad frente al socio de coalición, que rara vez da su brazo a torcer. Tanta es la presión que los líderes de ambos partidos niegan el fin de la coalición y aseguran que están dispuestos a agotar su mandato de Gobierno, hasta el 2013.
Los medios se ceban en una canciller «que no ha sabido reaccionar ante la crisis» y en una coalición «que tiene los días contados». Según un sondeo reciente, un 53% de los encuestados creen que el Gobierno que inició su andadura hace menos de ocho meses no llegará al final de la legislatura.
Desencuentros
Merkel está perdiendo el centro moderado. Y el Partido Liberal sufre su propio desgaste, con un vicecanciller y ministro de Exteriores, Guido Westerwelle, con una popularidad bajo mínimos. Además, los desencuentros entre los socios de Gobierno se repiten en temas clave como la política sanitaria, la nuclear y los impuestos.
Solicitar una descarga fiscal en tiempos de crisis, contrariamente a lo esperado, no fue bien recibido. Los liberales tuvieron que ceder y la canciller aplazó la rebaja de impuestos sine die o hasta la superación de la crisis. Pero los tropezones de la mandataria no siempre se deben a zancadillas ajenas. La inesperada dimisión del presidente federal, Horst Köhler, hace tres semanas, fue otro revés para Merkel. El ex jefe del FMI fue en su día el candidato favorito de la mandataria. Aunque su papel es meramente simbólico, y es elegido por la Asamblea Federal, es considerado una instancia moral.
Fue Christian Wulff, el primer ministro de Baja Sajonia, democristiano, el elegido para sucederle. Pero no tardaron en oírse las voces de desacuerdo entre los liberales. Estos ven en Joachim Gauck, el candidato de verdes y socialdemócratas, a alguien con más carisma y credibilidad pública.
La coalición de conservadores y liberales nació con mal pie. La falta de química entre los líderes de la Unión Socialcristiana, el ala bávara de la CDU y los liberales es evidente. Pero también entre Guido Westerwelle y Angela Merkel.
El día 30 se elige al presidente, y aunque Wulff no debería tener problemas para ganar la votación, no rige la disciplina de partido y Merkel tiene nuevos motivos para el desasosiego.