El gigante europeo empieza a cojear

Leoncio González

INTERNACIONAL

Europa camina en dirección opuesta a EE.UU., ya que mientras este país se libra del pasado con la elección de Obama, la UE sigue sacrificando su interés general a las conveniencias de sus socios

14 dic 2008 . Actualizado a las 02:00 h.

Un gigante cojo. Así será la UE en el año 2025 si no suprime las riñas de familia a las que son tan dados sus socios, según el último informe del Consejo Nacional de Inteligencia de EE.UU.: un Goliat disminuido por agendas nacionales que compiten entre sí y con menos capacidad que hoy para traducir su poderío económico en influencia global. Dependerá de Rusia en materia de energía, seguirá careciendo de políticas de exteriores y de defensa comunes y, con su poder de decisión electoral condicionado por una población envejecida, dentro de quince años aún deberá resignarse a ir por detrás de Washington.

Pronósticos como el de los primos norteamericanos se hacen también a este lado del Atlántico, como prueba un trabajo de prospección del profesor Antonio Estella publicado por el Instituto Elcano. En su opinión, la UE tiene ante sí seis escenarios posibles hasta el año 2017. Como se ve en el gráfico, el más pesimista sería su disolución. Entre esta posibilidad aciaga y la congelación de la situación presente, habría un estadio intermedio cuyo rasgo principal sería la generalización de un mecanismo que hoy se emplea ya, aunque de modo excepcional.

Se trata de la Europa de geometrías variables o de distintas velocidades. Y significa, por decirlo con un eufemismo en boga, que las políticas comunitarias dejarían de ser de obligado cumplimiento para todos para convertirse en algo parecido a una caja de herramientas, de la que cada uno podría extraer las que más le conviniese.

Desplazándose en el espectro desde la situación actual hacia la unión política, Estella describe dos escenarios más: una mayor integración que la que existe hoy, aunque con la posibilidad de cooperaciones reforzadas, lo que permitiría avanzar más deprisa a quienes así lo deseasen; y una integración en la que todos se dirigiesen a velocidad de crucero, ya sin cautelas nacionales, hacia la unión definitiva.

Ni que decir tiene que ninguna de estas dos hipótesis le parece viable. A su juicio, el sueño europeísta no hará otra cosa que retroceder los próximos diez años. Aunque ya entraña una renuncia a tener una Constitución, el Tratado de Lisboa será la única gran reforma que se acometa esta década. Y el grado de integración será entre medio y bajo: no se delegarán nuevas competencias a la UE y los Estados dispondrán de más iniciativa.

Es muy probable que este diagnóstico, elaborado hace meses, no haya hecho otra cosa que agravarse como consecuencia de la recesión, como pone de relieve la chafallada política y jurídica ideada hace unas horas en Bruselas en respuesta al no irlandés. El innegable avance sobre el cambio climático no oculta que se está caminando en dirección opuesta a la emprendida por EE.?UU, ya que mientras este país ha empezado a liberarse del lastre del pasado con la elección de Obama, la UE lo agranda sacrificando su interés general a las conveniencias de cada uno de sus miembros.

Liderazgos contrapuestos

La tendencia a personalizar la política da en culpar a los liderazgos contrapuestos de Merkel, Sarkozy o Brown de esta situación cuando, en realidad, también ellos son víctimas y están atrapados en la causa de fondo: el soberano del que procede su poder y ante el que deben responder no es europeo sino que, por el contrario, tiene un ámbito nacional. Su lógica prescribe que lo que sería bueno para todos, en conjunto, supone costes muy difíciles de asumir para cada uno en particular, por lo que se prefiere dar un rodeo, afrontando las dificultades por separado, aún a riesgo de hacer jirones la credibilidad del proyecto común.

El ejemplo más ilustrativo, aunque no el único, lo proporciona lo que, sin duda, es una de las asignaturas pendientes más importante de la UE: la necesidad de abordar una política de energía común, cuya falta ha hecho descarrilar el entendimiento francoalemán. La apuesta gala por la energía nuclear choca con el rotundo rechazo germano a desarrollarla, lo que a su vez acentúa la dependencia teutona del gas ruso y lleva a Berlín a embarcarse en una relación bilateral con el régimen de Putin que frustra la pretensión de que Europa tenga una sola voz.

China ya ha dado un aviso de lo que significa esta falta de unidad, cancelando abruptamente la cumbre con la UE que se venía celebrando desde 1998, con el pretexto del recibimiento dado al Dalái Lama. No se sabe con precisión cómo está la correlación de fuerzas dentro de los herméticos muros del poder chino. Pero incluso si se debe, como sostiene Jean Marie Colombani, a que Pekín está contrayendo una fiebre nacionalista, que lo lleva a ser más proteccionista ante las dimensiones que también allí tiene la crisis, el desplante revela como se nos ve desde fuera. Viene a decir lo insignificantes que somos para la potencia emergente y demuestra, de paso, lo prescindibles que podemos empezar a ser en el mundo multipolar que viene si no se invierte la tendencia.