Los últimos bueyes de A Fonsagrada

Benigno Lázare LUGO/LA VOZ.

LUGO

Un ganadero de Veiga de Logares vendió recientemente una pareja que había comprado en Asturias para recuperar una tradición de la casa familiar

16 jul 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

Garrucho y Rubio eran los últimos bueyes que quedaban en la comarca de A Fonsagrada, y posiblemente de los últimos de la provincia, pero recientemente fueron vendidos con destino a Cantabria. Aparentemente mejoraron porque durante unos años van a comer cuanto quieran, pero el cambio es como pasar de la placidez de un balneario en un lugar bucólico a un spa de un hotel de lujo en plena urbe de hormigón.

Durante generaciones en la Casa de Luis da Veiga de Logares siempre hubo una pareja de bueyes para sacar adelante el trabajo. Por recuperar la perdida tradición, el año pasado compró dos, que mantuvo unos cuantos meses e incluso, con unos vecinos, prepararon un carro y los pusieron a tirar de el. Explica que eran unos animales de tamaño pequeño pero resultaron nerviosos y decidió venderlos.

Luis Linares López tiene en Veiga de Logares una pequeña explotación de 15 vacas de carne, de raza asturiana de los valles. Pero también es tratante de ganado, por lo que recorre las ferias, mercados y aldeas de A Fonsagrada y de una amplia zona de la vecina Asturias.

En marzo de este año tuvo la ocasión de comprar en Pola de Siero a Garrucho y a Rubio. Le costaron 700 euros cada uno y al día siguiente del mercado ya pastaban en el amplio pastizal que tiene junto a su espléndida casa de la parroquia fonsagradina. «Merqueinos exclusivamente por hobby , do mesmo xeito que outros teñen un cabalo», dice.

A pesar de que eran más grandes que los que tuvo el año pasado, resultaron más dóciles y estaba dispuesto a seguir con ellos. Sin embargo en mayo su corazón le dio un susto y, a pesar de que se quedó en eso, tomó nota y decidió afrontar la vida con más tranquilidad, decisión que incluyó la venta de los animales. Se los compraron para un cebadero de Santander, en el que comerán todo el día durante algunos años hasta que alcancen el paso suficiente para ser convertidos en chuletones, que se cotizarán a precio de oro en restaurantes de lujo.

En la explotación de Luis da Veiga ni siquiera llegaron a probar la dureza del yugo. Su estancia transcurrió en los pastizales, en los que permanecían día y noche, y a mayores comían entre los dos unos doce kilos diarios de harina de cebada y maíz, alimentación que se tradujo en un pelaje lustroso.

Tres años de cebado

Luis Linares asegura que perdió dinero en la operación pero tampoco fue su objetivo hacer un buen negocio económico. Dice que alimentándolos de forma natural tampoco le hubiese resultado rentable cebarlos, porque comen mucho. El proceso de cebado de un buey destinado a carne puede durar entre dos y tres años porque, a diferencia de un ternero, tiene que ser muy lento para que la grasa se infiltre entre la musculatura. En tres años necesitaría bastantes toneladas de harina y pienso y tampoco podrían andar a su libre albedrío por los pastizales quemando la grasa.