Cada vez más datos avalan la idea de que muchas actividades agrícolas tradicionales juegan un papel positivo en la conservación de la biodiversidad. La ganadería de montaña o la diversidad de hábitats que genera el sistema agrícola tradicional pueden ser unos poderosos aliados para defender nuestro patrimonio natural. Por razones que se escapan al objetivo de este artículo nos cuesta entenderlo, pero es cierto. No existe tampoco duda sobre el papel de las comunidades rurales en la prevención de los incendios. Solo hay dos maneras de prevenir esta sangría anual, controlar la lluvia o mantener la heterogeneidad de nuestros valles con sus bosques, setos y prados. Nos gastamos dinero y esfuerzo en la extinción del fuego, pero lo que está ocurriendo estos días nos muestra que las cosas no van por el buen camino.
No quiero dibujar un panorama falso del mundo rural gallego. Debemos mejorar las explotaciones y exigirles un compromiso ambiental, pero, una vez hecho esto, por qué no plantearnos apoyar económicamente aquellas que mantienen la actividad y generan beneficios ambientales. Les parecerá una propuesta descabellada en plena crisis, pero no lo es: muchas empresas ganan dinero con el fuego, gastamos dinero en planes absurdos de conservación, etcétera. Les costará creerlo, pero es cierto.
Sin duda me arrojarán datos de superficie quemada y del porcentaje de incendios intencionados, pero todo seguirá igual. Solo arde aquello que no valoramos y eso es lo que hemos hecho con la Galicia rural.
