«Cuando se enganchó a la heroína mi segundo hijo me derrumbé totalmente»

Por Sandra Faginas

SANTIAGO

Érguete ha cumplido 25 años de lucha en Galicia, simbolizada en su presidenta, Carmen Avendaño, una mujer que ha peleado junto a otras madres para recuperar la dignidad de sus hijos, que en los años ochenta fueron calificados como marginales por una sociedad que desconocía el mundo de las drogas. Ellas iniciaron entonces una resistencia de denuncias que acabó con los narcos en la cárcel, pero hoy «el trabajo continúa»

17 abr 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

Nada más cruzar la puerta de la Fundación Érguete en Vigo Carmen Avendaño se desdobla en distintas mujeres para atender a todos los que la paran a su paso. Para la mayoría es Mari, para unos cuantos Mari Carmen, y para otros Carmen. «Aunque mis hermanos también me llaman la supermadre», ironiza mientras, como una madre total, atiende con esa mezcla de cariño y dureza a un hombre que le enseña su nómina: «No está mal, ¿no? Es un buen dinero. ¡Quién te lo iba decir!, ¿eh? Aún ayer estuve hablando de ti en Madrid, no se creían tu caso». El caso es el de un drogadicto que ha pasado 17 años en la cárcel tras haber disparado a un Guardia Civil y está, gracias a la Fundación Érguete, en el camino de sobrevivir. Él es una de esas muchas personas a las que Carmen Avendaño, símbolo de la lucha contra el narcotráfico en Galicia, ha ayudado junto a otros compañeros en estos 25 años de Érguete.

-¿Cómo lleva ser para muchos una especie de Virgen de Lourdes?

-[Se ríe]. No te creas, para muchos es así, pero no es cierto. A la gente le tienes que decir la verdad. Aquí no se miente, no se dan falsas expectativas. Pero insistimos mucho en transmitir el mensaje de la unidad en la familia cuando uno de los miembros es drogadicto. No se puede romper esa unidad. Y si tienes que cerrar la puerta a tu hijo, pues se la cierras. Es duro, pero hay que aceptarlo.

-¿Qué balance hace de estos 25 años al frente de la asociación?

-El balance es positivo, claro, pero es verdad que solo los de mi generación pueden entenderlo de verdad. Fue una época muy dura en la que, coincidiendo con el nacimiento de la democracia, empezamos a ver conductas raras en nuestros hijos. Nosotros éramos unos ignorantes e intentábamos justificarlos, pensábamos, 'a lo mejor nosotros fuimos unos reprimidos'. Pero date cuenta de que para nosotros las drogas eran una cosa lejana de Estados Unidos y de los hippies.

-Supongo que concienciar a la gente no fue fácil.

-Nosotros empezamos de cero, ¡hasta nos traducían libros del inglés! Primero tuvimos que recuperar la dignidad de nuestros hijos, que habían sido etiquetados como marginales, cuando eran hijos de clase media, o de obreros. A los hijos de los ricos nadie los veía porque se drogaban en los chalés. Romper esa imagen fue difícil.

-Comenzó como una terapia.

-Sí, necesitábamos hablar de lo que nos estaba pasando y yo, que provengo del mundo asociativo, aunque solo estudié Comercio, les decía a otras madres: olvidaos de vuestro caso concreto, de vuestro hijo, tenemos que pensar en la sociedad, por qué llega la droga, quién la trae... Porque entonces asociar tabaco y droga era fácil. Y cuando estuvimos preparados fue cuando empezamos a explicar lo que pasaba. No fue algo impulsivo.

-¿Cuál fue el detonante para que la sociedad reaccionase?

-Cuando vieron que éramos mujeres normales, no marginales, que denunciábamos los establecimientos que vendían droga debajo de sus casas.

-Pero aunque usted tiene una energía innegable en los años ochenta unir a la gente y convencer a los políticos tuvo que ser duro.

-Nosotros, en aquella famosa rueda de prensa en que estaban representados los partidos de entonces, AP, CDS y el PSOE, pedimos una serie de reformas sanitarias, no teníamos centros de tratamiento, los psiquiatras pasaban del tema de las drogas... Había un tremendo desbarajuste, pero trabajamos con una consigna: no enfrentarnos nunca a quienes nos representan, excepto si no se nos escuchaba. Nosotros siempre tuvimos claro que el Estado está formado por muchas instituciones y la ciudadanía es una más. Y eso se logró. Aunque, al principio con la policía no fue fácil tampoco, venían de la dictadura, los derechos se vulneraban con mucha facilidad. Cogían a un chaval y lo mallaban fino, pero fíjate si hemos sido sensatos que nunca hicimos una denuncia pública de ninguna fuerza de seguridad del Estado. Siempre la vía de la denuncia interior. Yo siempre he sido muy racional.

-Le obsesiona dar esa imagen de juiciosa. ¿Tenía miedo al descontrol?

-Yo siempre he sido muy cerebral, aunque pueda parecer lo contrario. Yo me controlaba, y cuando no era capaz me quedaba en casa dos o tres días.

-¡Caray, qué manera de conocerse!

-Yo en esta asociación soy y fui siempre la fuerza, la positividad, la dureza, el afecto... Cuando yo tenía un problema muy gordo con mis hijos, los dos enganchados, que nos dieron problemas muy gordos [con énfasis]... Mi marido trabajaba en una entidad bancaria, mis hijos robaban bancos, o sea, fue muy duro. Yo era consciente de que si transmitía ese estado, los demás se desmoralizaban.

-Así que venía llorada de casa.

-Sí. Yo tengo un papel aquí. Y es que además yo no comunico cuando tengo mucho sufrimiento. Mis amigas de aquí, Fina [su alma gemela en Érguete, ya fallecida] o Mari, se enfadaban porque yo no recurría a ellas. El dolor lo guardo muy profundamente. Y cuando ya lo había asumido y dosificado pues podía con él y con lo que viniese. Yo jamás cogí un teléfono, lo pasaba en familia y mis hijos me dejaban porque ya sabían que me encerraba en mi habitación un par de días.

-¿Alguna vez su marido o sus hijos le han reprochado esa atención especial a sus hijos drogadictos?

-Un día mi hijo el mayor empezó a discutir con el segundo, con Jaime, que estaba enganchado, porque le había robado un tocadiscos. Y la cosa subió de tono. Yo lo mandé callar, y me achacó que protegía a Jaime, que si era el niño bonito y no sé qué, y dio un portazo. Por la noche hablé con el mayor, que es muy paciente (se parece a su padre) y le expliqué: «Mira, yo tengo cinco dedos, y esos cinco dedos sois mis hijos, si me cortan cualquiera de ellos me duele igual, pero uno es un dedo defectuoso y hay que tratar de enderezarlo». Con los años, mi hijo el mayor, que ya tiene dos niñas, me dijo: «Mamá, no sabes la lección que me diste ese día».

-¿Y su marido?

-Mi marido siempre ha sido muy comprensivo. Llevo 46 años con él y sin ese apoyo y el de mis hijos no hubiera podido luchar.

-¿Qué le pasó por la cabeza cuando se le enganchó otro de sus hijos?

-Yo cerraba los ojos, no me lo quería creer, decía: «No, tengo la mente distorsionada de trabajar con esta gente. ¡Qué va!». Pero las pruebas eran evidentes. Cuando se enganchó a la heroína, pensé que no iba a soportarlo, ahí sí me derrumbé totalmente.

Carmen Avendaño (Vigo, 21-11-1954) es una mujer coraje que dice haber nacido «rabuda», pero a la que la vida la hizo así. Es la mayor de diez hermanos, y madre de cinco hijos. Su carácter es una mezcla de afecto y de dureza, lleva 46 años casada, y sin su familia, asegura, no hubiera soportado ver enganchados a la heroína a dos de sus hijos. Uno de ellos sufrió dos embolias y hoy «es como un niño». Está afiliada al PSOE.

-¿Pensó que se había equivocado?

-No, porque fueron siempre dos hermanos que estuvieron muy unidos, muy trastes los dos, fue como una solidaridad. Pero en el fondo, mi hijo Jaime me produjo siempre más ternura que mi hijo Abel. Porque Jaime siempre fue más ignorante, pero Abel ya sabía lo que estábamos sufriendo. Aunque es cierto que pasó por un trauma en la mili, vio cómo le explotaba una bomba a un teniente y saltaba por los aires, incluso él tiene metralla, y ahí se pasó a la heroína.

-¿De dónde le nace ese coraje?

-Es genético, los Avendaño, que somos de Vigo desde hace generaciones, somos así. Soy cabezona y rabuda de nacimiento.

-¿Ha visto la serie «Matalobos»?

-Claro, me encantó. Es muy real, y la meapilas de la madre es igual que la mujer de Charlín. Y la de Oubiña, con velos, de rosarios... Me gustó porque refleja muy bien a los clanes y a la sociedad gallega.

-¿Soporta ver ese mundo sin problema, como en la película sobre su vida, «Heroína»?

-Matalobos me gusta porque reafirma algo que está ahí, que ha sucedido. Heroína no refleja ese contexto de la misma manera.

-¿Cuántas veces ha escuchado eso de 'si se le ha enganchado un hijo por algo será'?

-Muchas. Cuando empezamos a dar charlas por los pueblos y ciudades, los narcos nos enviaban gente para reventarlas. Nos montaban la contra. Se hacían pasar por vecinos, se colocaban de forma estratégica en la sala y saltaban: «Usted fala moi ben, pero a min roubáronme e quen me vai devolver iso» o «se son drogaditos que os coiden os pais», cosas de ese estilo.

-¿Ha temido por su vida?

-A mí los narcos me rehuyeron siempre. Una vez incluso me cortaran los frenos del coche y estuve toda una Semana Santa sin salir de casa con mi marido. Pero siempre tuve gente que me pasaba información, algo bueno dejé.

-¿Los años le han dado serenidad?

-La presión se ha rebajado mucho, los problemas con mis hijos no son los mismos. Esa paz interior la tengo. De lo que no logro desprenderme es de esa adicción a las personas que lo necesitan. Es una satisfacción.