La dueña de una mercería regala toda la mercancía a quien la contrate 2 años para poder jubilarse

Sara Cuesta A CORUÑA/LA VOZ.

ECONOMÍA

María del Carmen Martínez, de 63 años, no tiene solvencia para seguir manteniendo su pequeño negocio situado en O Temple.

13 ago 2010 . Actualizado a las 14:05 h.

María del Carmen Martínez Sanmartín tiene 63 años y está desesperada. Solo le faltan dos años de cotización para poder jubilarse, pero no tiene solvencia para seguir manteniendo su pequeño negocio: una mercería situada en O Temple, cerca de A Coruña.

Intentó acogerse a la prejubilación, pero como desde hace cuatro años trabaja por cuenta propia, no tiene «derecho a ninguna retribución económica», comenta. «Lo lógico sería que me diesen alguna prestación, en consonancia con lo que he estado aportando», añade.

Carmen confiesa que la situación de los autónomos en este país le parece demencial. Asegura que están completamente discriminados. «Yo lo que reivindico es que seamos equiparados al resto de trabajadores», apunta. No obstante, considera que gran parte de la culpa la tienen los propios autónomos. «Seguimos tragando con todo y nos resignamos», argumenta.

Es consciente de que, a sus años, es tarde para buscar un nuevo trabajo. La impotencia y la desesperación la han llevado a tomar un decisión algo drástica. Está dispuesta a regalar toda la mercancía de su tienda, valorada en «más de 80.000 euros», según sus cálculos. A cambio, pide que la persona que se quede con el negocio le proporcione un contrato de trabajo que cubra el tiempo que le falta por cotizar. Ni siquiera reclama que la mantengan en su actual puesto en la mercería. «Yo podría desplazarme a trabajar a otro sitio. Lo único que pretendo es que me aseguren durante los dos años que necesito», explica.

Carmen ha tenido una vida dura. Después de una separación matrimonial, de esas que no dejan buen sabor de boca, se encontró sola. Sin pensión de su marido y sin ningún tipo de ayuda económica, tuvo que empezar de cero. «Era consciente de que con 54 años no podía ser selectiva», así que trabajó en todo lo que le ofrecían. «A mí nunca me dio miedo nada. Trabajé en muchas cosas. Desde en una empresa de limpieza en pompas fúnebres, en Sada, hasta cuidando a personas mayores. Incluso me fui a vivir a Ávila un tiempo para cuidar a un señor», explica. Cuando se quedó en el paro, hace unos años, un amigo le habló de una mercería que se traspasaba. «No quería ser una parada más», así que vendió su casa y compró el negocio, por 42.000 euros. Con lo que le sobró, pagó la entrada de un pequeño piso. Hoy todavía no ha terminado de pagarlo y tiene que hacer frente a la hipoteca.