Adiós y gracias, Don Manuel

A ESTRADA

La iglesia de A Estrada se abarrotó para despedir al párroco con un sentido funeral presidido por el arzobispo y concelebrado por más de medio centenar de sacerdotes

13 nov 2008 . Actualizado a las 02:00 h.

Nunca la iglesia de A Estrada recibió tal avalancha de visitas como ayer. Ni en plenas fiestas patronales siquiera. La procesión se inició a primera hora de la mañana y el templo se quedó pequeño mucho antes de la una del mediodía. A esa hora estaba prevista la celebración del funeral por el sacerdote Manuel Castiñeira Rodríguez. Don Manuel fue el párroco de siempre. Ejerció el sacerdocio en A Estrada y Ouzande durante cuatro décadas y dejó huella en creyentes y no creyentes. Muchos agnósticos orgullosos hicieron ayer un esfuerzo para entrar en la iglesia.

Ni el tiempo ni la hora acompañaban. La chuvisca gallega se empeñaba en meterse en los huesos y el reloj marcaba la hora de cumplir en el trabajo, de preparar el almuerzo o de ir a la feria del miércoles. Más de un vecino debió de cambiar su rutina diaria por Don Manuel, porque en la iglesia no cabía ni un alfiler.

A la una en punto un ejército de curas atravesó a paso ligero la plaza desde el local parroquial en el que se habían concentrado las tropas hasta la iglesia. Más de medio centenar de sacerdotes con albas y estolas malvas impresionan a cualquiera. En los tiempos que corren pocos prestan atención a la simbología del vestuario litúrgico, pero todo tiene una razón de ser. La estola morada se viste en funerales, cuaresma y adviento. Es el color del dolor. Y de la austeridad de la que Don Manuel siempre hizo gala. Cerrando la comitiva, el arzobispo de Santiago, Julián Barrio, con casulla también dorada y malva y mitra. Inconfundible.

El féretro de Don Manuel esperaba al pie del altar. Sobre él, la casulla, el leccionario y la estola, los símbolos del sacerdocio que él ejerció con devoción casi sobrehumana.

En la tribuna, el coro parroquial sacaba su mejor voz para despedir a Manuel Castiñeira y en los bancos los estradenses se apretaban con semblante serio.

Puede que a Don Manuel no le hubiese gustado tal despliegue, pero los flashes de los fotógrafos y las cámaras de televisión quisieron inmortalizar la contundente demostración póstuma de afecto. Era un pueblo -eclesiástico y laico- unido en una muestra unánime de dolor y agradecimiento. La masiva presencia pública fue interpretada por el arzobispo como «un signo elocuente» del afecto popular por Don Manuel. «No se necesita más explicación», indicó Julián Barrio.

La homilía llegó plagada de alusiones al difunto como ejemplo intachable para cualquier cristiano que se precie. «La vida de los justos está en manos del Señor», comenzó el arzobispo. «El camino que Don Manuel ha emprendido más tarde lo emprenderemos nosotros también», recordó. Julián Barrio animó al auditorio a buscarle sentido a la vida haciendo el bien y a estar siempre preparados para el último viaje.

El arzobispo alabó la actitud vital de Don Manuel y la forma de afrontar sus últimos meses de enfermedad, «con esperanza y serenidad». «Bien sabía él que el que pierde su vida en servicio de los demás, ese es el que la gana», concluyó.