Emigración

Carlos Agulló L

A CORUÑA

11 sep 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

a movilidad geográfica de las nuevas generaciones, bien preparadas profesionalmente y que dominan el inglés, es una bendición más que una condena cuando las cosas van bien por el mundo adelante. Podíamos hacernos la ilusión de que la emigración, forzosa y cargada de penurias durante siglos, dejaba paso a una nueva forma de salir a buscarse la vida, más justa, equilibrada y voluntaria, en la que algunos decidían ensanchar los límites de su universo profesional. Que un recién licenciado gallego pueda encontrar trabajo como investigador en un laboratorio de Baviera nos sitúa en el reverso de la emigración que solo unas décadas antes pudieron haber protagonizado sus padres, que se fueron a Alemania a apretar tuercas en una cadena de producción y a dormir hacinados en pisos compartidos.

Pero la crisis hace aflorar la realidad más cruda. Decenas de jóvenes gallegos, con formación superior o con el graduado escolar, siguen marchando cada semana empujados por la falta de oportunidades en el lugar en el que crecieron. Y lo peor es que tienen bastantes posibilidades de que en Londres, en Madrid o en Berna les espere un trabajo precario y mal pagado por el que ahora, además, deben competir con los parados que antes los países receptores no tenían.

La falta de expectativas agrava el declive demográfico de Galicia. Se marchan los jóvenes -si tienen suerte, lo más probable es que no regresen más que de vacaciones-, pero además nos están abandonando muchos extranjeros que habían venido a buscar aquí lo que no encontraban en su país. La emigración casi siempre es el síntoma de una enfermedad grave.