«No gané una medalla olímpica por el aire acondicionado»

ángel varela A CORUÑA / LAVOZ

A CORUÑA

La ex gimnasta relata la intrahistoria de su exitosa carrera deportiva

11 abr 2011 . Actualizado a las 11:55 h.

Marta Bobo entra en el INEF con el paso grácil de quien ha incorporado el deporte a su genética. Profesora en el centro desde principios de los noventa, la gimnasta rítmica más famosa de la historia de España se fue a vivir a Madrid desde su Ourense natal con trece años. Luego recaló en Canadá con una invitación del Gobierno americano. Allí estudió e incluso barajó nacionalizarse, pero una invitación del la Xunta de Fraga para dirigir un frustrado centro de alto rendimiento de gimnasia la devolvió a su tierra, en la que finalmente consiguió una plaza como profesora en el INEF. Marta es ahora una madre de dos hijas que reside en Santa Cruz, el sitio en que más años ha permanecido durante su intensa vida. Se confiesa feliz, aunque una encerrona de la organización estadounidense de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles le impidió conseguir una medalla. La guinda que convertiría su vida en perfecta.

-Por muy poco no estamos hablando de la canadiense Marta Bobo.

-Mi idea inicialmente era quedarme en Canadá, pero en 1991 surgió un proyecto de un centro de alto rendimiento de gimnasia rítmica para Galicia. Al cabo de unos meses lo que estaba presupuestado no podía ser. Opté por dejar el proyecto, y ya tenía un billete de regreso a Canadá. Tenía previsto hacer mi tesis doctoral, mis amistades, entrenaba a gimnastas del equipo nacional canadiense... pero se dio la casualidad de que me llamaron del INEF en A Coruña para dar clase un cuatrimestre. Me enganchó la ciudad y en 1992 saqué la plaza en el INEF.

-Llama la atención que una gimnasta de su prestigio en aquel momento tuviera que irse a Canadá.

-En un primer momento me fui un mes, pero cuando vuelvo me encuentro con que tanto a los técnicos de la federación como a la seleccionadora nacional de entonces, Emilia Boneva, no les ha gustado que me fuese a Canadá. Me dijeron que aunque fuese la mejor gimnasta del mundo no me querrían en el equipo nacional. Decidí irme a Canadá a seguir mi carrera deportiva.

-Siguió compitiendo allí.

-Incluso vine a España a competir. Hubo un campeonato de España en Ourense, en el que hubo mucha expectación.

-El morbo estaba servido.

-El pabellón de los Remedios de Ourense se llenó a reventar. Las jueces no me dejaron acceder al título, pero salí en volandas gracias al apoyo de la gente.

-En ese momento tenía veinte años, y ya había tenido que asumir varias polémicas fuertes.

-Sí, incluso en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles. Estábamos clasificadas cuatro gimnastas: dos madrileñas, una catalana y yo que era gallega. Era como intentar derrocar en fútbol al Barcelona y al Madrid. Hubo unas cuantas artimañas para que yo no fuese a las Olimpiadas del 84. El boicot que sufrí por intereses federativos continuó en el mundial de 1985. Como ese campeonato se hacía en Valladolid, hubo una gimnasta que tenía que competir como fuera en las pruebas individuales. Me dijeron que estaba lesionada. Y yo no lo sabía. Concretamente me lo comunicaron los periodistas Matías Prats y Olga Viza durante una entrevista.

-De ahí su marcha a Canadá.

-Es que como deportista y como persona me estaban destrozando.

-Y eso que era la gimnasta española más famosa de la época.

-Sí, incluso actualmente puedes seguir viendo vídeos míos en Youtube. Fue un momento en que los medios de comunicación se acercaron a la gimnasia rítmica. Era la edad de oro de este deporte.

-Y todo esa vorágine de acontecimientos dentro del estricto régimen de vida de una gimnasta.

-La vida era entrenar y estudiar. Y los fines de semana, competir. No había vida social ni vida familiar. Gimnasio y escuela.

-Todo ese esfuerzo le sirvió para vivir momentos como las Olimpiadas de Los Ángeles. Creo que de no ser por una artimaña de la organización habría ganado una medalla.

-Las pruebas de gimnasia rítmica se realizaban en la universidad de UCLA, donde tenían puesto el aire acondicionado. En otras instalaciones se apagaba el aire, porque los ejercicios de cinta con un poco de viento es imposible ejecutarlos bien. Cuando realizaron sus ejercicios las estadounidenses y las canadienses lo apagaron. Conmigo y con la rumana, que éramos las favoritas, lo encendieron. Fue el minuto y medio más largo de mi vida. Iba de primera hasta ese momento. Si no hubiese sido por el aire acondicionado habría ganado una medalla.