«Yo nací aquí y nunca vi el mar como hoy»

E. Mouzo / R.?D. Seoane A CORUÑA/LA VOZ.

A CORUÑA CIUDAD

La altura de las olas y la violencia con la que el océano golpeó el paseo suscitaron curiosidad entre los ciudadanos, que desafiaron al mal tiempo y bajaron al Orzán para ver los destrozos del temporal del siglo

10 nov 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

Carmen González Pato baja todos los días a trabajar a las seis de la mañana por el paseo marítimo. Ayer, «las olas eran impresionantes», explicaba ya de vuelta, a media mañana y con la marea bajando. «Yo nací aquí y nunca vi el mar como hoy, nunca vi semejante cosa, era algo nunca visto», recalcaba.

La línea de la marea marca su itinerario laboral y ayer, piensa esta mujer de 61 años, el océano decidió rebelarse y reivindicar a golpe de furia su lugar en la ciudad: «Le llevan comido mucho, sobre todo en los últimos años, y claro, estamos en la época de los temporales», valoraba todavía con el susto en el cuerpo y el convencimiento de que «deberían quitar de una vez esa balaustrada» para impedir que el ímpetu del agua la lance como un obús.

«Isto agora non che é nada, ás seis da mañá si que puña medo». La que habla es María Castro, criada en puerto de mar, en la Costa da Morte, y, como muchos ayer, atónita por un Orzán más revuelto que nunca. «Levo visto moitos temporais -insistía-, pero nada coma este». Las olas, cuando aún no rompía el sol, eran «montañas», describía estremecida entre el viento, el frío y la imagen del gigante remontando algo más que la calle. «En San Roque levou rochas das grandes, subía polo Millennium e mira que aí hai altura, non está a ras do chan».

No tan convencido estaba José Rivas de que el de ayer fuese el temporal del siglo. «Hablo de hace muchos, muchos años, pero el agua llegó a Juana de Vega», recordaba. Claro que entonces «no había todavía paseo marítimo», apuntaba.

En su memoria de 71 años figuran otros episodios de vendaval en la costa, como el que se llevó los bacaladeros de la Pebsa. «Rompieron amarras y acabaron encallados en el castillo de San Antón», explicaba. O el de otra ola en el Orzán que obligó a los empleados de la autoescuela cercana a saltar encima de los coches «porque el agua subió en un segundo más de un metro». «Penso que algúns máis grande que este xa viñeron», decía José Rivas, que pese al aviso y conociendo ya la noticia de que el mar había barrido de nuevo el paseo no dudó en calzarse y bajar a hacer su recorrido diario rodeando toda la línea de costa. «No tengo capacidad para saber si esta balaustrada debe o no debe estar, o es la mejor para la zona, pero lo que está claro es que solo la sujetan unos tornillitos como un dedo; está bonita, pero mal puesta, y la prueba es que casi todos los años les cae un trozo, por algo es», argumentaba.

La marea, que volvió espuma marrón la ensenada coruñesa, atrajo con la curiosidad de lo que asusta a muchos, muchos curiosos que desafiaron al mal tiempo para comprobar, tras la cinta que acordonó el paseo, la desfeita del océano.

Entre ellos estaba Julia Sáenz. Vecina de Barrié de la Maza, donde a diario se escucha el sonido más bello del mundo -así se publicitó el mar del Orzán tras ganar un concurso-, comprobó anoche cómo las notas pueden atronar. Fue el ruido del oleaje el que la despertó de madrugada y puso en pie prácticamente a toda su familia. «Enseguida pensé que iba a pasar lo de hace dos años», explicó recordando cuando nadaron los coches por la fuente de las Catalinas y Rogelio se dejó los dientes clavados en uno de los bancos arrancados por el Orzán. Y sus temores casi se confirman cuando desde su ventana vio como de nuevo uno de los bancos del paseo salía despedido y se empotraba contra uno de los coches de la policía, que estaba en la zona cortando el paso. «Hubo suerte que fue de noche, si llega a ser un poco más tarde, seguro que habría más gente por la calle y podía pasar cualquier desgracia», reflexionaba.

El vaivén del mar revuelto, un espectáculo de naturaleza salvaje, dio también lugar al comentario entre desconocidos, que barruntaban explicaciones para una bravura irrefrenable para la mayoría, pero cuyo ímpetu quizá, decían otros, podría haberse reducido si la mano del hombre anduviese con más cuidado. «Non son enxeñeiro, nin entendo moito destas cousas -comentaba Juan Carlos, otro espectador atraído por el destrozo-, pero penso que o recheo de area que fixeron este verán non veu moi ben: deixaron un escalón no fondo e agora o mar non morre de vagar, a ola sobe máis e rebenta con más forza enriba do paseo».

Bancos

De la fuerza con la que las olas explotaron sobre el paseo no solo dan idea los 162 metros de balaustrada sobre el suelo. Las duchas de la playa quedaron literalmente enterradas por la arena removida por el oleaje, que cruzó de lado a lado Barrié de la Maza. Los bancos de piedra levantados por el agua cruzaron la calle, en puntos hasta cinco carriles, y quedaron al aire no solo las raíces de plantas y árboles, sino el cableado eléctrico de algunas de las farolas más voluminosas del paseo, arrancadas de cuajo por el mar.