Los toros fueron toros y los toreros tuvieron un pase

A CORUÑA

Rivera, El Fandi y Posada cortaron orejas en una corrida regular tirando a buena

08 ago 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

Arte, lo que es arte, se vio poco, pero señores vestidos de luces delante de un toro se vieron tres: Rivera Ordóñez, El Fandi y Ambel Posada. Ninguno hizo el ridículo, ninguno emocionó. Ni fu ni fa. Pero es de esas tardes hechas a medida del tendido. Muchos oropeles, magníficos tercios de banderillas, detalles aislados de los maestros, orejas para todos, esa sonrisa de Rivera que descabalga a las damas y unos toros, para lo que estamos acostumbrados, extraordinarios. Se cortaron cuatro apéndices, dos a ley, el resto cayó del cielo. O sea, que hubo gota fría de orejas peludas.

Rivera prefirió hacerse con las galerías como él sabe, encandilándolas mediante los oropeles y las exageraciones del espectáculo. Esos rodillazos, esos estatuarios mirando al tendido, con esa planta que Dios le ha dado, impresiona al público, pero el toro se le va. No obstante, ayer hubo dos Riveras, el del primero (pasota) y el del segundo (entregado). Con su primero, apuró mucho la salutación de rodillas, y surgió alguna que otra cosita bonita y torera, pero nada más. Con el segundo, el chico más guapo de los ruedos con permiso de su hermano Cayetano demostró otro ánimo, y apartó de sí la abulia y la frialdad. Si al primero le hizo la acupuntura con cuatro pinchazos, con su segundo acertó a la segunda con una certera y grata estocada que le significó una oreja. En esto de las orejas anduvo dispendioso ayer el señor presidente.

Con su segundo toro, Rivera se encontró con un cornudo con trapío, pero de nula fuerza. Son estos toros nobles, de embestidas cansinas, los que tantos desean para hacer el toreo. Pero el toreo sin emoción, y claro, si el toro no la transmite lo debe hacer quien se pone delante. Así lo hizo Rivera, que tuvo que provocar emociones a base de templar, de ralentizar el cansino andar del bicho. Tan despacio toreaba que los cambios de manos daban tiempo a que creciera hierba en el coso de nuestra monumental.

Después, quieto, con las zapatillas clavadas, impávido, ligó tandas sobre la mano derecha haciendo pasar al toro solo por donde el torero quería, y como la espada entró a la primera, y muy bien, le dieron la oreja del noble colaborador. Se perfiló sin prisas, montó el arma, adelantó el engaño, entró veloz, y la tizona entró hasta el tope, y claro, con esa planta, esa sonrisa, quién le niega nada a este chaval.

Banderillas maestras

Toro curioso e interesante fue el primero del Fandi. Este chico, con las banderillas, es un primor. Es un espectáculo por el que vale la pena pagar la entrada. Atina mejor que alguno con el palillo en la aceituna. Pero hablábamos del toro y el animal sacó una encastada nobleza. El chaval, tras pasarlo estupendamente por bajo, le dio dos tandas de derechazos que provocaron grandes ovaciones. A la mayoría del público le supieron bien aquellos pases empalmados en tanto la minoría se percató rápido de que en vez de cargar la suerte la descargaba, que toreaba con el pico de la muleta y escondiendo la pierna contraria.

En su segundo se encontró con un bicho que causó sensación. ¿Cómo no iba a causar sensación con aquella cornamenta anchísima y tan abierta que parecía querer abrazar al mundo? Alto, largo y zancudo correteó el redondel infundiendo respeto. Pero fue poco picado y no pudo hacer más que quitárselo de encima. Con este volvió a coger las banderillas y el público lo pasó pipa. El torero, ya de por sí fácil de calentarse, quiso un cuarto par, pero el presidente, dispuesto a poner orden en una plaza en la que raro es el toro que salga entero, se lo negó, lo que le valió la bronca del respetable y el torero se puso un poco farruco.

Se puso a torear, mató y el tendido loqueó por la segunda, pero el presidente, inteligente, le dio calabazas. Le dijo nones por dos motivos. Primero, porque clavó la espada muy atrás y a estribor. Y segundo, porque viendo lo que le hacía El Fandi al toro, uno no le encontraba ni el mérito, ni la gracia, ni la alucinación colectiva para que se armara tanto jaleo. Este chico se entrega como nadie, pero se emborracha de toro.

Con Ambel Posada estamos ante un torero que puede que dé que hablar. Con él llegó el temple, el toreo frontal y la belleza de su valor. Lástima que anda flojo de arte. Todavía es una promesa, pero cuidado con el chico. Tal vez sea su falta de experiencia la que le supuso que se le fuera sin torear uno de los estos toros manejables, su segundo, y si le dieron la oreja se debió únicamente al pundonor demostrado y a la sudada que se pegó. Mejorará porque escucha y nació para esto.