Hace tres años, un barco de recreo de 22 metros de eslora cargado con las últimas tecnologías encallaba en Punta do Boi, donde fue desvalijado por numerosos vecinos
28 sep 2008 . Actualizado a las 02:00 h.¿Se acuerdan del Art? El nombre es difícil de olvidar para los vecinos de la Costa da Morte, en especial para los de Camariñas. Era y es un barco, pero no un barco cualquiera.
La historia tiene su miga. Ocurrió hace tres años, a principios de septiembre del 2005, un septiembre bastante más inclemente que el que se termina ahora. Hacía mal tiempo, aunque no pésimo. Caía la noche del miércoles, día 7, cuando la silueta elegante de un crucero fabricado por los exclusivos astilleros Sunseeker, un buque de la serie Manhattan 64 se acercaba a las costas de Camariñas. No era su destino. El barco, de 22 metros de eslora, hacía un viaje desde Gran Bretaña hasta Mallorca, donde le esperaba su propietario, que lo acababa de comprar. Al parecer, un conocido presidente de uno de los clubes de fútbol más importantes de la Liga española. No llegó a ponerse frente al timón.
El barco aquel se acercó demasiado a la costa en un lugar en el que los fallos no se perdonan. Que le pregunten a los marineros del Serpent. Los bajos de la Punta do Boi tampoco perdonan a los yates de lujo. Aquel barco se llamaba Art.
No hubo drama. Los marineros emitieron un mensaje de socorro y pronto llegó Salvamento Marítimo. Salieron del barco sin un rasguño, viendo que no había forma de quitar el casco de su prisión de piedras. El jueves por la mañana, el barco se dio prácticamente por perdido, comprobando los tripulantes -marineros contratados para llevarlo a Mallorca- que no podrían quitarlo por sus propios medios.
Y en ese punto empieza a saborearse la miga de la historia. El jueves amaneció con el mar revuelto, pero con buen tiempo en tierra. La sorpresa para los vecinos debió de ser de grueso calibre. Se corrió pronto la voz del siniestro, y los curiosos aparecieron por el lugar. En el desolado paraje de rocas oscuras y espuma blanca de mar se mecía la imagen elegante del Art. Puro lujo. Con sus 22 metros de eslora de un blanco inmaculado y sus líneas suaves y deportivas.
Al principio fue solo contemplación. Después, muchos empezaron a acercarse a aquel objeto llegado de otro mundo. La marea baja permitió a muchos tocarlo. Como una imagen de un mundo vedado a la mayoría de los mortales. ¿Vedado? Aquel día muchos camariñáns decidieron levantar el veto. Y es que con lo que cuesta llegar a fin de mes, aquel exceso de cuero blanco, maderas nobles y pantallas de plasma por todas partes se convirtió en una tentación demasiado grande.
Se supone que el primero que subió a bordo se llevaría algo de recuerdo, cualquier cosa. El segundo no iba a ser menos. Las cosas fueron subiendo de tamaño. ¿Para qué dejar todas aquellas pantallas a merced de las olas? Y de paso, ¿para qué dejar esa fantástica butaca de cuero blanco desde la que se dirige el barco? Y las puertas, y hasta la comida de la nevera. Los vecinos que salían con las manos llenas se contaban por decenas. La imagen de los raqueros, casi borrada del imaginario común, volvió a renacer.
Cuando los tres tripulantes que se habían marchado para hacer gestiones encaminadas a recuperar la nave volvieron a ella se echaron las manos a la cabeza. Hubo denuncia ante la Guardia Civil. Se valoró lo robado en 50.000 euros y los destrozos causados en otros 25.000 euros, y es que lo que no salía del barco por las buenas, se arrancaba por la malas. Más de una semana pasó aquel barco a merced de las olas, golpeándose contra las rocas. El Art había costado, nuevo, cerca de 2,5 millones de euros. Y allí parecía que se iba a quedar para siempre, como tantos otros buques.
Pero no fue así. Una empresa especializada, Santa Cruz, consiguió sacarlo. Dicen que fue el primer navío que salió vivo de aquel cementerio. Recuerdan quienes participaron en el rescate que no fue fácil. El casco estaba completamente rajado. Le inyectaron espuma de poliuretano aportada por una empresa de Noia y se pusieron las bombas de achique a funcionar. Con la ayuda de dos marineros de la zona, el Art logró salir de su encierro, remolcado por otro barco. La idea era llevarlo a Camariñas, pero el mal tiempo obligó a meterlo en Camelle.
Muchos recordarán su esbelta silueta herida descansando en la superficie del puerto durante largos días. Hasta que un camión se lo llevó. Y ahí se le perdió la pista.
Pero la historia del Art no acaba ahí. El barco aún no surca los mares a los mandos de algún propietario bien surtido de cuartos. Sigue en Galicia. El Sunseeker de la clase Manhattan permanece en unos astilleros de A Coruña.
Ya le han recuperado los motores -más de mil caballos de potencia- y parece que se acabará restaurando el resto de buque, que vive mezclado en una madeja de trámites entre la aseguradora y los propietarios. Algún día, seguro, volverá a navegar. El directivo del mundo del fútbol al que iba destinado se compró otro poco después, y el Art se quedó a la espera de esa vida de glamur y belleza a la que estaba destinado. Quién sabe. Tal vez en unos meses vuelva a navegar. Un consejo a quienes los saquen de A Coruña. Amarren bien las cosas de valor y no se acerquen a determinados litorales, aunque, todo hay que decirlo, de aquellas cosas robadas, al final, la gran mayoría fueron devueltas.