Ramón Piña y Sergio Piña, con el fútbol en la sangre

CARBALLO

El ex jugador del Deportivo y del Bergantiños Ramón Piña, que es natural de Buño, ve como su hijo Sergio le sigue los pasos como portero del Racing

20 abr 2008 . Actualizado a las 02:54 h.

Ramón Piña es todo un clásico del fútbol coruñés. Durante trece años jugó en el Deportivo como defensa y mediocampista, llegó a ser internacional en las categorías inferiores de la selección española, y en los últimos años ha sido entrenador de seis equipos gallegos, entre ellos el Racing de Ferrol y el Bergantiños, al que llevó a lo más alto -consiguieron ser campeones de tercera división- y lo convirtió en el equipo de España que más tiempo permaneció invicto.

Con esos antecedentes tan futboleros, a nadie le extraña que sus dos hijos -Iván y Queco- quisieran dedicarse también al balón. «Ojalá hubieran sido delanteros o defensas, pero no, van y me salen porteros...», dice Ramón resignado, aunque con una sonrisilla asomándole a los labios.

Es lunes por la tarde, y a muy poca distancia de él, en medio de un inmenso y vacío campo de A Malata, Queco se prepara para posar. Mientras se ciñe los guantes a las manos, cuenta que su hermano Iván ya se ha retirado de los campos, así que ahora su padre -que siempre ha tenido fama de ser muy crítico y duro con los jugadores- solo tiene que batallar con él.

Sin embargo, detrás de esa fachada de tipo exigente, Ramón no puede ocultar que se le cae la baba por su hijo. «Lo de que no le gusta que yo sea portero no lo dice porque no esté orgulloso de mí, sino porque cree que es un puesto muy difícil y muy duro», explica Queco en defensa de su padre. «¡Y claro que lo es!?-le corta Ramón-. Si un defensa falla, no pasa nada; pero si un portero no para un gol, pobre de él... ¡Qué se prepare, porque lo matan!».

Desde niño

Echando la vista atrás, Queco cuenta que siempre supo que quería ser futbolista. De niño acompañaba a su padre todos los fines de semana, peregrinando de campo en campo, y siendo ya algo mayor, aprovechaba las amistades que Ramón conservaba en el Dépor para colarse en los vestuarios de Riazor y sacarse fotos junto a las grandes estrellas que visitaban el estadio, como Arconada, uno de sus dos grandes ídolos de la infancia. «El otro era Schemeichel», apunta Queco deletreando el nombre del guardameta danés.

Los inicios de padre e hijo en el mundo del fútbol fueron parecidos. Los dos comenzaron dándole patadas al balón en el patio de su escuela. Ramón, en Los Maristas de Tui. Y Queco, en el colegio María Pita de A Coruña.

Su padre se dio cuenta de que tenía madera de futbolista muy pronto y, como al niño se le había metido entre ceja y ceja ser portero, Ramón pensó que lo mejor era que se formase con todo un profesional. Por eso se lo llevó a Luis Otero, «el mejor portero que tuvo el Dépor después de Acuña». Sin embargo, él siempre estuvo ahí. «Era bastante duro y exigente: me corregía más que cualquier entrenador», asegura Queco.

Ahora que el portero del Racing es ya todo un profesional, a su padre no le cuesta echarle flores. «Lo que más me gusta de él es que es un jugador muy regular; también es muy rápido en los balones rasos, y lo veo como un portero que siempre sabe donde tiene que estar, aunque todavía puede dar más de sí... ¿Qué más podría decir? ¡ah, sí, que es cojonudo!», exclama mientras su hijo sonríe.

Antes de la despedida, a Ramón se le pone en un brete: ¿Del Racing o del Deportivo?, se le pregunta. Y su hijo se apresura a contestar por él: «Por supuesto, del Racing». Pero su padre le corrige: «No, no, de los dos. Del Dépor, porque es mi equipo de siempre; y del Racing, porque aquí está mi hijo y porque creo que Isidro es un presidente fantástico, de los pocos a los que de verdad les gusta el fútbol».