Manola y Conchita constituyen la memoria viva del oficio de las collareiras
02 jun 2010 . Actualizado a las 02:00 h.A Manuela Rodríguez Nantes, Manola a Meca, le gustaba aquello de vender collares a los turistas de A Toxa, «pero meu pai, que era mariñeiro, quería que fora atadora e logo empecei na fábrica». Ni siquiera «a chea de pesos de prata» que llevó una vez casa fueron argumento suficiente para convencer al cabeza de familia, así que Manola tuvo que dejar de ser collareira, siendo todavía muy joven, para empezar a trabajar en la industria conservera.
Corrían los años 30-40 y hoy, a sus 88 años todavía recuerda nítidamente aquellos tiempos en los que la vistieron de gallega y frecuentaba a las clases pudientes que iban a tomar los baños a A Toxa y se alojaban en el Gran Hotel.
Ella y Concepción Mascato Domínguez, más conocida como Conchita a Vidala, de 90 años de edad, son la memoria viva de uno de los colectivos más particulares de O Grove: las collareiras. Conchita también dejó este trabajo muy joven para trabajar en la fábrica de jabones, y tienen otro denominador común: ambas estuvieron entre las elegidas para convertirse en las collareiras oficiales del Gran Hotel.
En 1934, el administrador de la Sociedad Anónima La Toja, Rafael Sáenz-Díez, decidió poner orden en la actividad de las vendedoras y les otorgó una licencia especial a seis de ellas para que trabajaran en exclusiva en el hotel. El resto tuvo que conformarse con quedarse vendiendo en el pinar que hoy se conoce como monte central. «Cando se fixeron os turnos non se podía pasar para vender no Gran Hotel, pero algunhas escapaban e ían igual», recuerda Manola.
A las seis privilegiadas jovencitas se les entregó vestimenta -el traje tradicional gallego- y les dieron unas nociones básicas sobre la forma correcta de dirigirse a los turistas: respetuosas, humildes y risueñas. «Déronnos un vestido e fixeron turnos para que fóramos vender ao hotel. As maiores tiñan a falda roxa, outras dúas levaban a falda amarela e as outras, verde», recuerda Manola. También les entregaron medias blancas, un dengue y un par de zapatillas nuevas, lo cual constituía todo un lujo para las empobrecidas economías de la época.
El trabajo de la playa
Pero ser collareira era y es mucho más que vender. Estas vendedoras fabrican su propio género y en la época de Manola y Conchita, las playas de O Grove constituían el principal vivero para conseguir la materia prima. «Os colares faciamolos cando non vendíamos. Chegabamos ata a Barrosa e ata Con Negro, levábamos a comida e botábamos todo o día na praia, ao sol, para escoller a cuncha. Tamén había quen ía fóra, pero eu quedábame no Grove», explica Manola.
«Os señores preguntábannos onde colliamos as cunchas, e nós dicíamoslles que alá, onde se afundiu o Santa Isabel», comenta Conchita.
Junta a ellas, otra de las pioneras fue Teresa Caneda Fernández, Tere a da providencia. Cuando le concedieron el permiso y su traje tenía unos siete años. Se hizo con un carné expedido por la Diputación y con él montó uno de los primeros puestos fijos autorizados para la venta en la isla, junto con Natalia Dadín Novás, Natalia a Pregha.
Estos y otros datos han sido recopilados gracias al trabajo de investigación realizado por el concejal de Cultura y profesional vinculado al sector editorial, Antón Mascato, y la profesora de gallego en el instituto de As Bizocas, Patricia Arias. Ambos firman el libro As colareiras do Grove, que se va a presentar el próximo sábado (20.30 horas) en la casa de la cultura Manuel Lueiro Rey. Será más que una presentación editorial. Servirá también de homenaje al colectivo de las collareiras, personificado en las veteranas Manola y Conchita. Ambas recibirán de manos del alcalde y del concejal de Cultura sendos ejemplares del libro y una fotografía ampliada de aquella otra que se les hizo en los años treinta, en el monte de A Toxa, en la que aparecen junto a otras tres jóvenes vestidas de gallegas, conforme a las directrices marcadas desde el hotel.
El libro
El libro recorre un amplio periplo. Desde los orígenes del «milenario» oficio de hacer conchas hasta nuestros días. Resulta difícil establecer cuándo empezaron a fabricarse este tipo de piezas en O Grove, pero sí es posible rastrear la historia de las collareiras. El primer documento que alude a su existencia data de 1920, en prensa, y a partir de ahí se suceden distintos artículos periodísticos que dejan testimonio de la actividad de estas mujeres en los años 30 y 40. Hubo que esperar al despegue turístico iniciado en los años 60 para asistir al particular bum de este oficio en O Grove, que hoy ocupa a más de sesenta mujeres en la localidad. De ello y mucho más se da cuenta en el libro de casi cien páginas que se presentará el sábado, en el que se incluye una recopilación de fotografías antiguas, y en el que muchos vecinos y vecinas podrán ver reflejada, también, sus particular historia.