El Caribe se asienta en Viveiro

A MARIÑA

Muchos inmigrantes procedentes de República Dominicana han traído a su familia, la mayoría continúan en la provincia y unos pocos se han ido a Madrid o Barcelona

08 feb 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

Abandonaron su país con el objetivo de mejorar sus condiciones de vida; lo hicieron para trabajar en la hostelería de Viveiro y paliar así la falta de personal que estaba empezando a poner en peligro la continuidad de algunos negocios. Dos años y medio después de la llegada de los primeros contingentes de dominicanos, la mayoría continúan en la ciudad o en otros municipios de la provincia, unos pocos se han ido a ciudades grandes como Madrid o Barcelona en busca de nuevas oportunidades. Y tan solo un par han regresado a su patria.

Entre los inmigrantes dominicanos -la mayoría originarios de la capital, Santo Domingo- hay quienes siguen trabajando en el mismo establecimiento para el que fueron contratados en origen. Otros han cambiado de empleo, aunque casi siempre en los mismos sectores, la hostelería y la restauración, de acuerdo con su cualificación profesional. Tras un periodo inicial de adaptación y superado el plazo legal mínimo de residencia en España, muchos de ellos solicitaron el reagrupamiento familiar.

Esposas, hijos o padres

Por las calles de Viveiro transitan, desde hace meses, maridos, esposas, hijos e incluso padres y hermanos de aquellos extranjeros que aterrizaron en la localidad a principios de agosto del 2006 (y no cesaron de llegar desde entonces), ilusionados con las expectativas recién abiertas y ansiosos por trabajar. En la oficina de inmigración y emigración del Concello de Viveiro han tramitado numerosas peticiones de reagrupación, que desembocarán en la llegada de decenas de personas a lo largo de los próximos meses.

Simón Arrizado, gerente de Centro Comercial Casco Histórico de Viveiro, organización que promovió la captación de trabajadores foráneos para atender la demanda del sector hostelero local, subraya la buena integración del colectivo: «El primer año es el de transición, llegan a un mundo completamente distinto y los primeros meses andan un poco perdidos. Por eso intentamos tutelarles en aquel momento, sobre todo con los papeles. Pero la integración ha sido muy buena y muchos han logrado estabilidad laboral».

Las responsables de la oficina de inmigración y emigración comparten el diagnóstico. Valoran, sobre todo, la aceptación de los recién llegados por parte de los viveirenses, una respuesta que ha sido recíproca. El idioma facilita, sin duda, la adaptación. «Lo más difícil ha sido acostumbrarse al clima, las bajas temperaturas, sobre todos estos inviernos que están siendo tan duros», reconoce Ramón Leonardo Beltrán Alcántara. Él y su mujer, Carolina, no tardaron en habituarse «al pueblo, el sistema de trabajo de aquí, la cultura, en todos los sentidos». En este tiempo viajaron una vez a su país y ahora, «asentados y estables», ya piensan en pedir la nacionalidad española.

La meta, regresar a su país

Hipólito Batista Jiménez, nada más bajarse del autobús en la estación viveirense, comentó que veía el porvenir con esperanza y confiaba en traer a su esposa y sus vástagos lo antes posible. Así ha sido. María Elena Pérez y los pequeños Odelin Francisco y Odalis Mary ya están aquí. «En todo se me abrieron las puertas -cuenta Batista Jiménez, camarero en O Recuncho, en el casco viejo-; primeramente fui conociendo a la gente, cuáles eran sus costumbres, su ideología y su forma de ser. No hay queja». Pero todos tenemos metas y la suya se llama República Dominicana. «En el futuro me gustaría regresar, allí están mis padres y los de mi mujer, la tierra de uno tira pese a pesar de que aquí me siento bien»,????dice.

Como ejemplo de estabilidad laboral, Isidro Montero, que no ha dejado la pizzería Pizzbur, de Covas, desde su venida. «Estoy contento en la empresa, llevo dos años y seis meses. Ya hice la reagrupación, tengo a mi familia, mi esposa y mis tres hijos, de 9, 11 y 13 años», explica. ¿Se han cumplido las expectativas? «Las que tenía eran mayores pero, tal y como está la situación, ha sido una mejoría en el sentido global, porque el sistema de vida de aquí es mejor», asegura. ¿Por qué permanece en Viveiro y no ha optado, como algunos de sus compatriotas, por probar fortuna en una metrópoli? Para contestar recurre al refranero: «'El lobo no es como lo pintan' o, como también decimos allá, 'Es muy fácil pintar una paloma; lo difícil es hacerle el pico y que coma'».

La seguridad como valor

En las grandes ciudades, constata Montero, todo se encarece y «aunque haya más oportunidades y un salario excelente, no compensa». Batista Jiménez le refrenda en la cuestión económica pero, si algo valora de Viveiro, es la seguridad. «En un pueblo pequeño se puede vivir. Mis niños van al colegio Lois Tobío, a veces mi mujer y yo no los podemos llevar y no hay ningún miedo a que les pueda pasar algo si van solos caminando por el puente. Nos gusta vivir aquí porque no hay robos ni este tipo de problemas», subraya.

Algunos de los inmigrantes dominicanos que, al año de residir en Viveiro (tiempo que obligatoriamente tenían que quedarse en la provincia, según el compromiso contraído al venir), partieron en busca de otros horizontes, ya han regresado y vuelven a trabajar en la ciudad del Landro. Las experiencias son dispares mas, en general, el resultado ha sido «positivo», salvadas las trabas iniciales para acomodarse al trabajo y a los hábitos de esta sociedad tan distinta.