La Voz de Galicia

Bueu rescata el pasado más violento de la ría

Pontevedra

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El Museo Massó adquiere dos piezas empleadas en el abordaje de barcos en el siglo XIX

02 Aug 2020. Actualizado a las 05:00 h.

A simple vista no parecen gran cosa. Un hacha y un puñal antiguos. Eso es a simple vista, pero si se profundiza un poco más en la historia marítima, las dos armas que exhibe desde hace poco el Museo Massó nos remontan a aquellos tiempos, no tan lejanos, en que los piratas eran un riesgo más en la navegación como lo son las tormentas en invierno, o cuando los vecinos de las villas costeras de la ría armaban sus barcos al corso y se dedicaban a asaltar los buques de pabellón enemigo a España. No es que aquí se izase la bandera de la calavera y las tibias, pero sí que hubo más de un encontronazo armado a cañonazos y alguna que otra verdadera batalla naval entre españoles y agresores de todo tipo. El mar era la principal vía de comunicación, mucho más rápida que ir por tierra, y las aguas de la ría actuaban a modo de AP-9 actual, tan eficaces para llegar a la provincia como hoy lo es el aeropuerto de Peinador.

CAPOTILLO

Es un pasado que todavía está muy vivo en el subconsciente de los pontevedreses. Un ataque turco a Cangas hizo famosa a una de sus víctimas colaterales, María Soliño, a la que para colmo de males procesó la Inquisición, y dejó un refrán imborrable en las expresiones típicas de la comarca, ese a chorar a Cangas, que todavía se oye de vez en cuando. En esa ocasión fuimos los pontevedreses los agredidos. En otros, fue al revés, como testimonia la sanguinaria carrera del pirata Benito Soto, ajusticiado en Gibraltar en 1830. Y estas dos armas, que ilustran el reportaje de esta página, recuerdan precisamente esos días en los que salir al mar era un riesgo para el que era mejor armarse. Un riesgo que no se desvaneció del todo hasta bien entrado el siglo XIX. 

Objetos difíciles de encontrar

El primer objeto comprado por el Massó es un hacha de abordaje, modelo 1840, de madera y acero. No es de grandes dimensiones, mide 41 centímetros, pero era muy eficaz a la hora de asaltar un barco rival. El segundo es un puñal de abordaje, fabricado en Toledo en torno al año 1867. Es aún más pequeño, de algo más de 36 centímetros, con un ancho de hoja de tres. Son dos piezas difíciles de conseguir y que complementan la extensa documentación que el Massó preserva sobre la historia de la navegación, no solo en Galicia, sino en el mundo.

La hipótesis que baraja el Museo Massó es que las dos armas de abordaje proceden del destacamento que la Armada española tenía en Ferrol. Precisamente la ciudad cantonal era uno de los puntos fuertes mejor preparados para la defensa del litoral gallego.

La reciente compra de objetos del Massó se completa con dos dibujos de Máximo Ramos, que utilizó la figura de los piratas como motivo de estas dos obras. Su incorporación a las piezas visitables de la institución buenense, dependiente de la Consellería de Cultura, permiten dar pie a una mayor explicación de estas actividades que durante siglos hubo que tener en cuenta.

Eso sí, no se equivoquen. Corsario y pirata no son lo mismo. Corsario era un vecino que armaba un barco con patente de corso, es decir, tenía autorización del Estado para atacar barcos con pabellón enemigo, no cualquier vela que ondease en el mar. Corsarios los hubo en todos los puertos de las Rías Baixas y algunos alcanzaron notoriedad y se aprovecharon de su experiencia, por ejemplo, en la expulsión de los franceses en la Guerra de la Independencia. Piratas eran ladrones, delincuentes, personas fuera de la ley que actuaban con instinto de saqueador y muchas veces asesino. A los piratas no les vinculaba ninguna ley más que el beneficio propio.

Es previsible que las Rías Baixas oculten bajo el mar naufragios que evidencien aquellas luchas navales, pero, en la actualidad, no hay ningún pecio estudiado desde el punto de vista científico que descubra ese velo . Nadie sabe ni aproximadamente, qué pueden ocultar las hoy pacíficas aguas de la ría.

Impacto en el folklore: los Gago de Mendoza en Aguete y Benito Soto en A Moureira

Buscar las minas de Benito Soto era un refrán popular en Marín y Pontevedra. Se usaba para describir a alguien que estaba haciendo alguna tontería. Sin embargo, el origen del dicho nos remite a un pasado mucho más siniestro, a una figura a la que el romanticismo ha dotado de cierto aura de leyenda, pero que quienes lo vivieron, lo consideraron un asesino despiadado. Y es que Benito Soto fue ejecutado por las autoridades británicas en Gibraltar hace 190 años. Si no hubiesen sido los ingleses lo habrían hecho los españoles. Soto se dedicó a asaltar, matar y robar barcos indefensos en los principios del siglo XIX y en el transcurso de sus hazañas recaló frente a Marín, que en aquella época no tenía todavía muelle ni puerto y servía como fondeadero. La leyenda asegura que se produjo el desembarco de su botín en una noche y que de ese producto de su rapiña no se volvió a saber más. A ese botín se refieren las minas de Benito Soto, que claro está, como todas las leyendas, nunca aparecieron.

Una familia dedicada al corso

Si Benito Soto es el pirata pontevedrés más famoso, los Gago de Mendoza, en Marín, son los corsario más conocidos de la comarca. En la década final del siglo XVIII y durante los principios del XIX, los hijos del escribano de Marín capitanearon barcos corsarios con tripulaciones de marinenses, buenenses y pontevedreses y se dedicaron a labrarse un nombre atacando incluso a los barcos ingleses en las radas portuguesas. Juan Gago de Mendoza fue el más destacado de sus hermanos y aquel a quien los marinenses han recordado hasta recientemente convertirlo en la pieza y justificación para una fiesta corsaria que, hasta que se interpuso el covid-19, llenaba hasta la bandera a la villa portuaria.

La huella de los Gago de Mendoza es más tangible en la comarca que la ya desaparecido barrio marinero de la Moureira de Soto. Quedan en pie el pazo de Juan Gago de Mendoza, con un escudo labrado en la fachada de los más grandes de la comarca, justo en frente del muelle histórico de Aguete, donde fondeaban sus barcos; el pazo de San Blas, también en Aguete, y un cruceiro en Castro, en Seixo.


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