La Voz de Galicia

De Kiev a un piso en la ronda de Outeiro de A Coruña: «Escuchamos fuegos artificiales y pensamos que era un bombardeo»

Internacional

Caterina Devesa Redacción / La Voz
Tatiana con su hija Amira y su suegra Tatiana

Tatiana Fufayeva, de 29 años, salió de Ucrania con su marido, Alexander; su suegra, Tatiana, y sus dos hijas, Amira y Evelina, el primer día de la invasión rusa

10 Mar 2022. Actualizado a las 21:27 h.

No hablan español, no saben qué será de su país y no se plantean el futuro más allá de los próximos seis meses. Ese ese el tiempo que disponen de alojamiento gratis en A Coruña, a donde acaban de trasladarse hace solo tres días, ya que llegaron el lunes, día 7. «Cuando pasen un par de días y estemos un poco más relajados pensaremos qué hacer», dice Tatiana Fufayeva, de 29 años y madre de dos niñas, Amira, de seis; y Evelina, de dos, que duerme la siesta mientras su madre y su abuela de 55 años, que también se llama Tatiana, nos reciben en su nuevo hogar, un cuarto piso en la ronda de Outeiro, mientras que Alexánder, de 31 años, el marido de Tatiana y padre de las niñas, sale a hacer papeleo. Para acceder a la casa nos indican que nos quitemos los zapatos, «en Ucrania la gente siempre se descalza antes de entrar porque como nieva mucho, el calzado está sucio. Es una costumbre y para ellos, que acaban de llegar, si no lo hacéis sería raro», explica Lisa Tseatsura, de la asociación AGA-UCRAÍNA, que traduce lo que la familia relata.

La vivienda, cedida gratuitamente por Yolanda, coruñesa que colabora con la entidad, no es solo un piso para ellas, es un refugio en el que asimilar el infierno que han vivido durante las dos últimas semanas. «Dos días antes del estallido de la guerra, y debido a las noticias sobre la creciente tensión con Rusia, nos mudamos de Kiev a la región de Odesa. En concreto, nos trasladamos a Ismail, que está muy cerca de la frontera con Rumanía». Gracias a que se anticiparon al inicio del conflicto bélico, lograron escapar sin problemas. «Cuando escuchamos las primeras bombas nos fuimos, nos subimos al primer ferri que había hacia Rumanía sin pensarlo», explican las mujeres, que todavía están asimilando todo el horror vivido en tan poco tiempo. Una vez en suelo rumano, su viaje continuó hasta Bulgaria. Fue allí en dónde se plantearon qué hacer debido a la dificultad de encontrar piso. «Mi jefa estuvo en España y me habló de la asociación AGA-UCRAÍNA. Nos pusimos en contacto con ellos y nos dijeron que ayudaban a refugiados, entonces cogimos un avión. Ellos nos fueron a recoger al aeropuerto el lunes y nos trajeron al piso». 

A su llegada, la familia se quedó muy sorprendida, no solo porque les cedieran un sitio en el que vivir seis meses sin coste, sino por la generosidad y el cariño con el que los trataron: «Llegamos a la casa y nos estaban esperando para recibirnos con comida. Nos sentimos superacogidos». Sobre Yolanda, su casera, señalan que «Dios nos la ha enviado. Además de dejarnos el piso viene a traerles chuches a las niñas y nos explica a qué centro de salud ir, dónde hacer el papeleo.... Es increíble que una persona desconocida se porte así de bien con nosotros, tiene unos valores muy bonitos». Con ella, y con la entidad, se muestran muy agradecidos. «Las niñas son muy pequeñas y no son conscientes de nada, pero cuando pase un poco de tiempo les explicaremos que son unas afortunadas por haber podido salir de ese horror».

A pesar de estar a tres mil kilómetros de su país, no pueden olvidar el infierno que se está viviendo, principalmente porque su familia sigue allí. De hecho, Alexánder pudo salir de Ucrania porque su marcha se produjo antes de que el gobierno prohibiese la salida a los hombres en edad de unirse al ejército: «Cuando nos fuimos no estaba en vigor la ley actual que impide que los varones se vayan. Mi hermano, que tiene 24 años, ya no puede marcharse. No está luchando porque de momento hay muchos voluntarios y entonces no lo han llamado», dice Tatiana, que añade que tiene además otra hermana y varios sobrinos en Ucrania. «Están a las afueras de Kiev. Se plantearon huir, pero ahora hay muchos puentes que están destruidos. No se vende gasolina en casi ningún sitio y tienen miedo a quedarse tirados por ahí con los niños. Prefieren no arriesgarse». Los hermanos de Tatiana no son los únicos que siguen allá, ya que los abuelos de Alexánder tampoco han logrado huir del terror. «Mis padres están en Ismail, pero son ya mayores y me dicen que a dónde van a ir a estas alturas. Que ya no vale la pena», relata Tatiana, la madre de Alexánder, entre sollozos. «Me duele mucho que tengan ese sentimiento y el no poder hacer nada por ellos. Yo solo quiero que estén bien», añade.

«Es como si nos hubiesen copiado y pegado en otro lugar. Teníamos una vida hecha y la hemos perdido»

El haberse marchado no evita el dolor que sienten por haber tenido que dejar atrás sus vidas. Hasta hace 15 días Tatiana acudía con normalidad a su trabajo en Kyivstar, una empresa de telecomunicaciones, para la que por suerte sigue trabajando, ahora de forma online. «De momento puedo seguir haciéndolo, es una empresa grande y se está manteniendo activa a pesar de la guerra», dice. Gracias a eso tendrán al menos algún ingreso para costear los gastos de comida, porque a pesar de que les ceden la vivienda gratuitamente deben hacer frente a los costes de los suministros y a su manutención, aunque les están ayudando con los alimentos y los productos de higiene de las niñas. «Alexánder trabajaba en una empresa de venta de maquinaria industrial y mi suegra tenía su propio salón de estética. Ahora, no tenemos todavía ningún plan. Sabemos que somos unos afortunados, pero la sensación es muy rara. Es como si nos hubiesen copiado y pegado en otro sitio. Teníamos nuestra vida hecha y la hemos perdido, de golpe estamos en otro país. Esperamos aprender español pronto y ver si mi marido y mi suegra también pueden trabajar aquí». 

A su situación se suma la incertidumbre sobre lo que pasará en Ucrania. «No puedo parar de llorar y para dormir algo estoy tomando ansiolíticos», dice Tatiana suegra, que no puede contener la emoción. La mujer indica que lo peor de la guerra para ella son las imágenes de los niños y las madres en los pasos por debajo de las tierras, que según comenta son muy comunes en Ucrania: «Hay mujeres que tienen que dar a luz ahí. Es horrible. Algunas mueren y los niños se quedan solos», dice entre lágrimas. Para tratar de garantizar la salud de todos, los médicos han establecido una red de consultas en línea, pero en muchos casos, y ante la crueldad de una guerra, esa atención no es suficiente. Para ellas la única solución es que Europa intervenga: «Tienen que cerrar el espacio aéreo de Ucrania para evitar que haya más bombardeos y que nuestra gente pueda sobrevivir». Además, Tatiana destaca que hay muchas centrales nucleares en su país y advierte del peligro que eso supone: «Los rusos ya tienen Chernóvil y están manipulando la estación. Estamos en riesgo de sufrir otra catástrofe. Puede desaparecer toda Europa sino se para ahora a Putin».

Con tantas emociones, para la familia Fufayeva es casi imposible dormir: «Estamos tomando ansiolíticos para intentar descansar algo, pero estamos muy inquietos y ante cualquier ruido nos alarmamos», explican. Tanto, que un día escucharon fuegos artificiales y enseguida se sobresaltaron: «Sabíamos que era por una fiesta, pero inmediatamente pensamos en un bombardeo y en que nos iban a atacar. Es una sensación horrible». Porque sus cuerpos están en A Coruña, pero sus cabezas y sus corazones siguen en Ucrania: «Estamos en muchos grupos de Telegram y Messenger para seguir todo lo que pase, sobre todo en las zonas en las que están nuestros familiares. Así, si nos enteramos de algo ya les avisamos», dicen. 

Entre lágrima y lágrima, tienen que hacer de tripas corazón y continuar con su vida: «De momento vamos a hacer la compra con el traductor del móvil para poder entender qué es cada cosa e intentamos aprender las palabras más comunes», señalan. Así, la pequeña Amira nos deleita con un «muchas gracias» y con una sonrisa que contagia a su madre y abuela. Sin duda, su mejor medicina para soportar el calvario de la guerra.


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