«Jamás estuve afiliado a nada»

soledad antón María jesús fuente VIGO / LA VOZ

VIGO

Hombre de teatro desde joven, se define como «jubilado, pero solo de compromisos»

31 oct 2011 . Actualizado a las 12:54 h.

Vigués e hijo de vigueses, es normal que puesto a elegir rincón favorito Maximino Queizán opte por uno con vistas al mar. Pronunciar su apellido, sea con Q o con K -«me lo cambiaron un día, pero me da igual»-, es hablar de teatro. Nada le es ajeno en ese mundo, ni sobre el escenario ni entre bambalinas: director, actor, autor, productor... Desde la experimentada atalaya de sus 71 años se define como «jubilado, pero solo de compromisos».

Lo cierto es que siempre le ha gustado ir por libre. «Jamás estuve afiliado a nada, ni a partidos ni a religiones. El único carné que tengo es el de la biblioteca», afirma. Esa independencia, pero sobre todo, según dice, su amor a la verdad, le han granjeado muchos problemas. Sostiene que «a la gente le molesta mucho la verdad».

Niño muy querido -«creo que mimado», dice-, explica que recibió desde bien pequeño formación estética y literaria. Sus padres, Maximino Fernández y Carmen Queizán, fundaron la Academia Victoria. Ambos eran funcionarios municipales; en el caso del padre, jefe del departamento de Cultura.

Seguro que su progenitor tuvo mucho que ver en su querencia por el teatro. Y es que fue el artífice, junto con Ángel Ilarri y Emilio Bugallo del que en 1954 se convertiría en el mejor auditorio al aire libre de España después del de Mérida, el de Castrelos. «Naturalmente, yo asistía emocionado a todas las funciones», asegura.

Recuerda con especial cariño su paso por el Santa Irene, donde dice que entonces estaba el mejor profesorado de la ciudad. «Yo no viví esa enseñanza represiva de la que hablan durante la dictadura. El Santa Irene era un oasis. Tal vez por eso la Universidad fue luego una decepción».

Lo único que no le aburría en aquellos años en Santiago -«Derecho era muy fácil, me sobraba tiempo para todo»-, era el teatro. Llegó a dirigir tres grupos al mismo tiempo.

Ya licenciado (nunca pensó en ejercer como abogado), se fue a Madrid, donde se formó en el Teatro Estudio y las escuelas de Arte Dramático y de Artes Aplicadas. Cuando regresó a Galicia fundó con Méndez Ferrín y María Xosé Queizán el Teatro Popular Galego. «Fue la primera vez que, cobrando entrada, se representó teatro en gallego para el gran público», explica.

Durante algún tiempo simultaneó sus puestas en escena con las clases que impartía en la academia familiar. Luego vendrían las estancias en Madrid, Ámsterdam y Londres. Las obras que elegía para poner en escena no siempre eran bien recibidas por todos. Por ejemplo, el día del estreno en el García Barbón de Silencio, pollos peones, ya les van a echar su maíz, se recibió una amenaza de bomba. «Representamos la función con el teatro acordonado por la policía», recuerda. Vendría luego el descubrimiento de la obra de Blanco Amor y, sobre todo, su honda amistad con el escritor.

Pasa de repente de lo profesional a lo personal para contar que fue a mediados de los 70 cuando la muerte empezó a rondar en su vida: «Se murió mi padre. El mismo año falleció Eduardo Blanco Amor, luego mi compañera sentimental y después asesinaron de dos tiros a mi mejor amigo. Nunca se supo quién ni por qué. A partir de entonces, el valor de las cosas fue otro; mi carácter, otro; la vida, otra».

En la actualidad ocupa su tiempo, además de cultivando amistades, escribiendo una obra de teatro que aún no tiene título. Siempre el teatro.