¿Por qué, Mou, por qué hay paro?

Lois Blanco

VIGO

01 may 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

lois.blanco@lavoz.es

Desde antes de Franco y de su obsesión con los judíos y los masones, desde mucho antes de que se inventase el fútbol y de que naciesen los tatarabuelos de los bisabuelos de Mouriño, las teorías de la conspiración y de la confabulación de enemigos exteriores han servido para amparar a mediocres, a derrotados o, incluso, para cometer actos sanguinarios.

Mariano Rajoy perdió las elecciones del año 2000 por una conspiración contra Aznar, Anxo Quintana fue expulsado de la Xunta en el 2009 por otra conjura,... y los casi cinco millones de parados en España, según el Gobierno, son por culpa de los conspiradores con cuellos almidonados que controlan los mercados, y efecto de las leyes de Aznar.

Así viene siendo desde antes de la época de María Castaña y así seguirá. Por eso, cuando Abel Caballero salga derrotado el 22 de mayo alegará alguna conspiración interplanetaria, aunque a la mañana siguiente no exista rastro alguno de marcianos armados por las calles de Vigo.

A los equipos de Mouriño les sacan tarjetas más o menos acertadas porque adiestra a sus jugadores en la destrucción en vez de en la creación. Cuando un equipo del abolengo del Real Madrid sale al Santiago Bernabéu en una semifinal de la Champions dispuesto a echar el cerrojo y a empatar a cero, las posibilidades de que los tuyos acaben con una ristra de tarjetas y los otros con una retahíla de hematomas son todas las del mundo. No hacen falta conspiradores, árbitros comprados, ni otras milongas sobre conjuras inventadas, porque tú los has echado al campo con la instrucción de segar hierba y piernas.

Las teorías conspirativas no son más creíbles porque quien las diga cobre diez millones de euros al año en vez del salario medio interprofesional, caso de Mouriño, o porque salgan de la boca de un político encorbatado en vez de un vendedor de crecepelo de las películas del Oeste. Son trolas que se construyen para eludir las responsabilidades o para evitar la autocrítica, a secas. Pero lo curioso es que son todavía muchos los que, en el fútbol o en la política, se tragan esas trolas con sumo gusto. Ocurre porque los forofos, que no los simpatizantes a secas, necesitan creer en los complots o dejarían de ser hinchas fanáticos. Si analizaran los hechos, ya no serían forofos. Y sin forofos, a Mouriño ya no le serviría de nada esa cobarde estrategia de esconder la cabeza como el avestruz mientras suelta patadas a diestro y siniestro: los árbitros, la UEFA, la Federación...

Pero como los seguidores ciegos de equipos o de partidos políticos existen y existirán, la artimaña de la conjura para eludir las responsabilidades funciona mejor que peor. Por eso Mou la utilizó el miércoles en Madrid, hace un año en Italia y, hace unos cuantos más, en Inglaterra o en Portugal.

Por lo mismo, no pasa un día en España sin que un político justifique algún fracaso con una conspiración o echando balones fuera. Si en España hay cinco millones de parados, o casi, es porque hay un mercado laboral de «características singulares», según Rubalcaba, o porque «ocho de cada diez despidos durante la crisis» se han producido estando en vigor una ley del Gobierno de Aznar. O sea, patadón para arriba: dirección UEFA o dirección al rival político o deportivo.

Los forofos se lo creen y los simplemente aficionados no. Esto lo ratificó la encuesta del CIS horas después de que el Gobierno presentase los datos del paro en el primer trimestre prometiendo que, a partir de ahora, todo va a ser jauja y sin mentar ni por asomo entre las causas objetivas la desconfianza que generan sus medidas económicas, el fiasco de la reforma laboral o el daño causado por su tardanza en reconocer que nos íbamos al tacho.

La gente de la calle, cuando el CIS le pregunta, no crea teorías conspirativas. Simplemente confiesa sus temores: el 60% de los parados no creen que vayan a encontrar empleo y el 25% de los que todavía lo tienen temen que lo perderán durante los próximos doce meses. Feliz Día del Trabajo.