«Aquí cualquiera abre un bar»

Soledad Antón María jesús fuente VIGO / LA VOZ

LUGO CIUDAD

Bobadilla dice que hay vinos que cuestan mucho, pero que ninguno vale más de 30 euros

24 ene 2011 . Actualizado a las 12:28 h.

Naciendo como nació en un hotel, Luis Bobadilla tenía muchas papeletas para dedicarse a la hostelería. Y se cumplieron los pronósticos. Primero como director del negocio familiar, el emblemático Méndez Núñez lucense ?«nacer en Lugo marca»?, y después como profesor en distintas escuelas de hostelería de Galicia, incluida la que hubo en O Berbés. Fue uno de los pioneros de la del Instituto Manoel Antonio, en el que sigue. De su implicación en este último proyecto, sobre todo en la parte que le toca, bebidas, dice mucho el hecho de que la sala de catas del centro, recientemente inaugurada por el conselleiro del ramo, lleve su nombre.

Como les ocurre a tantos lucenses, en Vigo se siente en casa, hasta el punto de hacer suyos muchos rincones de la ciudad, pero ninguno como el faro del Náutico con vistas a la bocana de ría. «Este es un espacio en el que se refleja el fluir de todo y, según sostienen los budistas, tener la certeza de que todo es un fluir sin permanencia es la puerta de le felicidad», resume.

Añade que le gusta especialmente por ser un lugar de llegadas y partidas, por no hablar de lo mucho que le atrae el trajín que genera el barco de Cangas. «Cuando en verano algún turista me pregunta dónde se embarca para ir a Cíes siempre le aconsejo lo mismo, ?si lo que quieres es conocer Galicia déjate de Cíes y coge el barco de Cangas, piérdete por su zona vieja y prueba la empanada de xoubas?», afirma. «Eso sí es Galicia», remacha.

Luis Bobadilla ha hecho buena parte de sus mudanzas por amor, incluida la viguesa. La primera fue a Santiago camino de la universidad. «No sabía qué estudiar, pero ya que estaba allí me matriculé en Biológicas, que es lo que estudiaba la chica a la que fui siguiendo». Dos años después cambió las aulas por un contrato de trabajo como visitador médico. En esas estaba (mediados de los 70) cuando enfermó su padre y tuvo que regresar a casa, es decir al hotel, para hacerse cargo del negocio. Abre un paréntesis para hacer memoria: «Allí se firmó el manifiesto de las Irmandades da Fala y allí conocí a Ian Gibson que luego me sacó en su libro Un irlandés en España».

Pese a carecer de titulación ad hoc empezaron a reclamarle aquí, allá y acullá para impartir cursos variados sobre hostelería. Terminó por regresar a las aulas para hacerse con un título que nadie le pedía pero que él decidió exigirse. Fue entonces cuando se convirtió en campeón gallego de coctelería. «Inventé el Titanic cuando Di Caprio casi no había nacido», ironiza.

Esnobismo

Con todo, puesto en la tesitura de elegir bebida favorita prefiere el agua. Maestro como es en materia de bebidas, la periodista le invita a profundizar en el mundo del vino: «Hay mucho esnobismo. En cuanto a los precios, aunque los hay que cuestan verdaderas burradas, ninguno vale más de 30 euros». También es crítico con el sector hostelero, aunque reconoce que está mejorando: «Es un mundo en el hay bastante trabajo y poca profesionalidad. Si los empresarios pasaran por una escuela sería diferente, pero aquí cualquiera abre un bar».

Nombre:

Luis Bobadilla

Profesión o cargo:

Profesor de hostelería

Rincón:

El entonrno del faro del Náutico

Motivos:

Porque considera que es un espacio que refleja el fluir de todo

Lleva Luis Bobadilla un tiempo en boxes por culpa del cáncer ?«a las cosas hay que llamarlas por su nombre, que coño es ese eufemismo de una larga enfermedad», dice?, pero curiosamente es cuando más repleta de actividades tiene su agenda. Que si tertulia gastronómica semanal, que si tai-chi, que si meditación budista ?«estoy utilizando la cabeza, cosa que nunca antes había hecho», ironiza?, que si leer todos los ladrillos pendientes, incluida la famosa trilogía de novela negra, que si recorrer jardines de la mano de una paisajista profesional... Hasta está pensando en volver a ejercer de motero, un mundo que debe apasionarle a juzgar por los ojos golosos con los que mira la moto de la fotógrafa.

Es un hombre que transmite positivismo por cada poro, salvo cuando sale a relucir la palabra político. Al margen de recientes experiencias personales «inconcebibles» que relata con visible enfado, sostiene que la principal crisis de este país no es económica ni laboral, sino ética. «Mientras no se arregle la crisis ética, que para empezar pasa por mejorar la educación y la justicia, no se arreglarán las demás», sostiene.

No tiene muy buena opinión de los políticos, a los que no quiere como amigos. «Se pasan el día diciendo que no pueden hacer nada porque mandan los mercados. Pues si mandan los mercados que gobierne Botín y así nos ahorramos el pienso de los políticos».