Las fabulaciones sobre el paradero del botín del pirata Soto continúan en el 180 aniversario de su muerte

VIGO

31 ene 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

Contaba Lalo Fernández Mayo en un artículo publicado en La Voz el 2003 la historia de Benito Soto, a partir de sus últimas horas antes de su ejecución. Y recordaba que setenta y cuatro años después de su muerte, sucedida en 1830, los vecinos de Cádiz se echaron a la playa donde había embarrancado su barco, el Defensor de Pedro, después de que aparecieran en la zona una gran cantidad de monedas acuñadas en 1752 y 1757.

La historia fue tan sonada que incluso en los carnavales del año siguiente, 1905, como subraya también en otro artículo Arturo Pérez Reverte, se popularizó en la copla de un personaje local, el Tío de la Tiza, con su peña Los Anticuarios que decía «aquellos duros antiguos que tanto en Cádiz dieron que hablar...». Algo que le vale al autor para decir que Soto empezó «de truculento pirata y acabó en chirigota gaditana».

Burlas negras aparte, lo cierto es que puede que los andaluces sean los únicos que hayan podido ver y disfrutar a la luz del día parte del supuesto tesoro que habían acumulado tras sus fechorías el joven Soto y sus secuaces. En Pontevedra, el interés sobre el fabuloso botín que llegó a descargar en la ciudad dio pie a múltiples especulaciones sobre su paradero, aunque la más famosa es la que lo sitúa en algún lugar del edificio del antiguo bar Pitillo, la Casa das Campás, hoy reconvertida en vicerrectorado. Incluso circuló la leyenda urbana de que los dueños del edificio habían llegado a incluir una supuesta cláusula en el contrato de venta al Ayuntamiento, exigiendo el tesoro si aparecía.

La historia del desembarco la novela Alberto Fortes en su primera obra, Amargas han sido las horas, en la que el autor sitúa en el barco de Soto a Edgar Allan Poe, reconvertido en William Wilson, el único marinero del buque Topaz a quien el sanguinario pirata dejó con vida tras abordarlo, y a quien permitió unirse a su tripulación. La historia describe, en palabras de Poe, cómo en abril de 1828 los tres baúles cargados de alhajas, monedas, piedras preciosas y perlas fueron transportados en un galeón del tío de Soto, José Aboal, desde Beluso, donde estaba fondeado el Defensor de Pedro, hasta la ciudad. Y, una vez en tierra, depositados en la casa de Francisco Javier Bravo, el hombre que, según Fortes, le «arregló los papeles».

«Todos los piratas del barco cuentan en el juicio -que fue transcrito en la obra de Joaquín María Lazaga Los piratas del Defensor de Pedro- que los baúles se descargaron -apunta el autor-. Probablemente fue gastado por parte de Aboal y sus familiares. Lo que está fuera de toda duda es que entre el tío de Benito Soto y Bravo tuvo que estar el paradero del tesoro y que en Pontevedra hubo toda una tradición por averiguar el escondite, sobre todo a principios del siglo XX».