Un vecino de Bueu en el campo de concentración de Mauthausen

Marcos Gago redac.vigo@lavoz.es

VIGO

10 may 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

La vida no fue fácil para Manuel Rey Cruz, un marinero buenense del lugar de A Graña, a quien la Guerra Civil Española pilló en el sur de España y que acabó, tras su entrega por la Francia de Vichy a la Alemania nazi, en un campo de exterminio de terrible recuerdo: Mauthausen. Mientras Manuel Rey sufría lo indecible en su confinamiento forzado, su familia en Bueu lo ignoraba casi todo. Sus pocas cartas a su mujer y sus tres hijos, José, Dolores y María, no dejaban entrever los horrores de la tragedia humanitaria que los nazis realizaban en media Europa. Esas cartas, sin embargo, fueron el único nexo, aunque censurado, entre la familia y el presidiario.

Esas misivas cesaron tan repentinamente como llegaron y un silencio opresor ocupó su lugar durante décadas. «Fue muy doloroso para todos -explicó Dolores Rey Portela , hija del fallecido- porque mi madre sabía que estaba en un campo de concentración, pero no sabía más». Dolores Rey fue la más afortunada de los tres hijos de Manuel. Su hermano José no recuerda a su padre. Ella tenía once años cuando su padre se marchó a trabajar en Algeciras. Sus hermanos José, de cuatro años, y María, de seis, no pudieron disfrutar tanto de la compañía de un hombre a quien toda la familia recuerda con gran cariño.

El miedo a la represión franquista, porque al estallar la Guerra Civil estaba en territorio republicano, fue lo que animó a Manuel a buscar alguna forma de sobrevivir sin volver a Galicia. «Tenía miedo de que lo mataran. A un compañero que estaba con él y volvió a Bueu no le pasó nada, pero él no podía saberlo», recuerda Dolores. Para Manuel la Francia colaboracionista y la Alemania del Tercer Reich le tenían guardado un destino mucho más oscuro.

Deportación a Austria.

«A mi abuelo lo cogieron en el momento y en el lugar equivocados», explica Conchi Rey , su nieta. Fue detenido y conducido a un presidio francés. No era militante de ningún partido republicano, ni sindicalista, solo un español fuera de su casa con una patria que se desgarraba en dos. Fue suficiente para el régimen galo de Vichy. Fue también suficiente para que el 25 de enero de 1941 lo deportasen a Austria, a Mauthausen. Su nombre aparece en los registros como el número 3.547. Deportado en febrero a Gusen, otro nombre infame al lado del campo principal, falleció allí el 20 de mayo de 1941. Sus familiares no sabían nada del calvario que pasó. Su nuera, María Ríos , precisó: «A muller desconfiaba onde podía estar polo que a xente dicía». Sus cartas, de las que sus descendientes no conservan ninguna, hablaban de una estancia más pacífica, preso sí, pero como cocinero. Sus familiares están convencidos de que él no quería que ni su mujer ni sus tres hijos pequeños en Bueu supiesen de su terrible situación.

Tan escasa era la información que les hacían llegar, que no les comunicaron dónde ni cuando había muerto. «A miña sogra morreu sen saber que lle pasara ao seu marido», sentenció María Ríos. Un día hace casi veinte años fue precisamente la nuera de Manuel quien descubrió la verdad a sus familiares.

Dura localización.

«Un día vindo para casa encontreime cun chaval que me dixo se coñecía a un tal Manuel Rey Cruz, de Bueu, que estivera nun campo de concentración», precisó. «Eu lle dixen que era o meu sogro e alí estaba o seu nome na revista Grial entre máis de cen galegos falecidos nos campos nazis», indicó. No han recibido ninguna explicación oficial de por qué fue arrestado y luego deportado. Alemania y Francia guardaron silencio y no parece que hayan hecho algo por ponerse en contacto con los descendientes de Manuel en Bueu, que ellos sepan. Su hija Dolores intentó saber algo a través del cónsul alemán hace años, pero no consiguió nada. Todo lo que tienen es el nombre en una amarillenta hoja de la revista, que conservan como un tesoro. «Fueron unos bárbaros. Habría mucha gente que tendría hijos y los mataron», concluyó Dolores.

Mucho comercio justo y una cacerolada.

Talleres de globos, degustación de productos y cuentacuentos fueron algunas de las iniciativas que ayer se llevaron a cabo en plaza América para fomentar el comercio justo. Con motivo de su día mundial, las organizaciones Intermón Oxfam, Amigos da Terra, Solidariedade Internacional y Taller de Solidariedade, se lanzaron a la calle para hablar de los beneficios que tiene este tipo de comercio, que busca ayudar a erradicar la pobreza.

Los que se acercaron hasta la zona pudieron comprobar cómo viven y trabajan los autores de dulces o ropas que se ponían a la venta desde los puestos. No solo eso, también pudieron conocer un poco más de cerca la procedencia habitual de las prendas de ropa que se pueden encontrar habitualmente en el mercado.

Mientras los más pequeños descubrían las ventajas a través de cuentos, los mayores tuvieron tiempo también para las reivindicaciones. A media tarde fue el momento de tomar las cacerolas y reclamar por la pobreza, el cambio climático y la crisis financiera.

Para los organizadores del evento, estos graves problemas tienen respuesta en el comercio justo, que fomenta unas relaciones comerciales que favorecen a los productores y unos hábitos de consumo responsable porque las materias básicas se obtienen con métodos respetuosos con el medio ambiente. Además, suponen un antídoto contra la crisis, puesto que se mueven por un sistema de crédito directo con financiamiento que se recibe por adelantado.