La pasión nipona de Beiro llena de bonsáis un rincón de Goián

Mónica Torres monica.torres@lavoz.es

VIGO

19 sep 2008 . Actualizado a las 02:00 h.

Le habían dejado a él y a su familia sin vacaciones de verano desde hace dieciséis años y, cuando hace ocho se mudó de casa, supusieron el mayor rompecabezas. La cosa no es para menos. Y es que, hay entretenimientos, aficiones, pasatiempos, pasiones y «locuras». Así define el propio Avelino Beiro la dedicación que profesa por los nipones y, en especial, por los bonsáis. Porque, «¿quién no quiso tener uno de esos mágicos arbolitos ornamentales después de ver Karate Kid?». Avelino, vigués, pero vecino de Goián desde hace casi una década, también encontró en la gran pantalla al «señor Miyagi» que llevaba dentro. Desde pequeño cultivaba su gusto por todo lo relacionado con la botánica y la cultura del país del sol naciente. «En la casa de mis padres ya cuidaba plantas y siempre acabo comprando lozas, platos y objetos de Japón, pero no hago ninguna otra colección es solo por afición». Pero, realmente, fue el séptimo arte el que despertó y dio forma al suyo propio. Tijera en mano, «podé un limonero que tenía en casa, lo enterré en la finca y en primavera ví que había brotado».

Eso fue hace dieciséis años. Ahora, su colección bien podría servir para la cuarta entrega de la saga de Miyagi, y también para abrir su propia tienda. De hecho, duplica en número a la de Felipe González y, comparaciones aparte, la del ex presidente ocupa una amplia extensión del jardín botánico de Madrid. Un espacio propio, conocido como «La terraza de los laureles».La de Avelino está, de momento, en su casa de Goián. Claro que, en este caso, su residencia es ya de por sí «un jardín botánico» porque no tiene ni uno ni cien. Lo único pequeño son los árboles en cuestión ya que «entre prebonsáis, que son las plantas que aún están en proceso de engorde, y bonsáis, tengo más de doscientos ejemplares». De ahí que, además de ocupar todo un invernadero, el resto de la finca esté copada por los bonsáis en proyecto que conviven con otra nutrida cantidad de árboles frutales y plantas.

Ya se sabe que, los más pequeños son los que más inversión de tiempo, dinero y cuidados precisan. «Unas tres horas en verano y unos ochocientos euros al año». Visto así, no es de extrañar que su mujer no profese el mismo gusto por la «pasión» de su marido. Claro que la benjamina de la familia, a sus tres años, ya apunta maneras y, de vez en cuando, conquista a su papá a golpe de «papi, vamos a podar los bonsáis». La familia (la de los bonsáis), no parece que vaya a aumentar de momento. Y no porque le falten ganas, sino «porque ya no tengo espacio para hacer más semilleros». La cosa podría cambiar cuando ya tenga a todos los ejemplares en maceta, aunque para eso habrá que esperar aún unos añitos. Entre el campo, la literatura e internet. La afición de Avelino no acaba aquí porque su dedicación a los bonsáis le ha llevado a hacerse con toda la literatura que caiga en sus manos sobre el tema. «Mi mujer ya no me deja ni ir a una biblioteca, tengo libros sobre los bonsáis hasta en inglés y eso que no lo hablo; no creo que ninguna superficie comercial tenga más libros sobre el tema que yo», bromea el protagonista. Internet es otra de sus fuentes de recursos. Tanto para intercambiar ejemplares como para hacerse con los productos que necesitan sus árboles. Además participa en los foros sobre el tema y, el año pasado, envió semillas goianesas a distintos puntos de la Península. Su afición le ha llevado también a abrir su propio dominio, «bonavebe@blogspot.com», donde vuelca y comparte sus experiencias. Hasta metro y medio. Porque aquí sí es cuestión de tamaño. Y de edad. Aunque en este caso los ejemplares que interesan son los más pequeños y mayores. Ochenta de los de su colección ya están en maceta y, los demás, a punto de entrar en la vasija. El propio protagonista confiesa que es una afición algo cara y minoritaria. «Hay algún bonsái que puede costar hasta 400.000 euros», afirma, «aunque yo soy un amateurs . No es el caso, aunque tampoco se atreve a tasar su patrimonio ya que son ejemplares «hechos» por él mismo, así que la edad no supera la suya pero el valor es directamente proporcional a su «paternidad». Avelino comparte su afición con otros vecinos de la zona, «de Tomiño o Figueiró», y, que se den bien en la zona tampoco es de extrañar. Ya que a los conocidos efectos beneficiosos del clima gallego se le une el de la magia que parece rodear a cualquier actividad ligada al campo en la comarca miñota. Curiosamente bonsái procede de bon y sai, la naturaleza en bandeja.