Patrimonio ordena proteger un sarcófago medieval que el cura de San Martiño convirtió en lavadero

J. Santos

MOAÑA

20 ene 2008 . Actualizado a las 02:00 h.

Cuando los trabajadores del Patronato Beiramar de Moaña limpiaron el entorno de la casa rectoral de la iglesia románica de San Martiño para que los técnicos pudiesen elaborar el proyecto de restauración que acaba de iniciarse esta semana encontraron un sarcófago antropomórfico medieval. No fue un descubrimiento. Se sabía de su existencia. El cura Don Donato, ya fallecido, le había encargado a un albañil de la localidad en los años sesenta del siglo pasado que lo acondicionase como lavadero. El albañil, que todavía vive, con 81 años, cortó un metro, aproximadamente, de una de las caras y le adosó un pilón de ladrillo. Por la otra cara añadió un fregadero con una inclinación de unos cuarenta grados pegado con cemento.

El sarcófago, con su nueva y curiosa forma, quedó depositado en el suelo de un alpendre anexo a la rectoral, al lado del caño del agua que transportaba una canalización procedente del monte. Allí, donde se utilizó para fregar la ropa, fue encontrado cuando se limpió el entorno de la antigua edificación y allí se puede ver en la actualidad. Patrimonio ordenó no tocarlo y nadie lo tocó.

Es uno de los dos sarcófagos exentos de los que se tienen noticia en la comarca. El otro está en la rectoral de O Hío y en su día fue utilizado como abrevadero.

No está clara su procedencia exacta. Según apunta el estudioso Manuel Uxío García Barreiro, podría haber aparecido cuando se realizaron obras de ampliación de la capilla románica, en el siglo XVIII.

Durante la época de Don Donato, el último cura presentado por los señores de Saavedra, del pazo de O Rosal, se perdieron también dos retablos de la iglesia y varias imágenes. Una, la de la Santa Fe, la encontró García Barreiro tirada cerca de la rectoral. La mandó restaurar y preside hoy el retablo de la Soledad. Fue posteriormente cuando se sacó de la iglesia y se depositaron en la finca de la rectoral, bajo un alpendre abierto, en donde están hoy la balaustrada de mármol del altar y otra de madera del coro, cuyo piso fue reforzado con hormigón.