Cutler, el Mengele americano

tatiana lópez NUEVA YORK / CORRESPONSAL

SOCIEDAD

En los cuarenta, médicos de EE.UU. infectaron a miles de presos guatemaltecos con el virus de la sífilis para probar la penicilina. La doctora que lo descubrió habla para La Voz

02 nov 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

En el año 2001, la investigadora de historia científica Susan Reverby se encontraba realizando un estudio sobre experimentos con humanos en Pensilvania cuando se topó por casualidad con un extraño paquete. La carpeta contenía todos los apuntes de John C. Cutler, uno de los médicos de la Administración estadounidense que durante los años cuarenta infectó deliberadamente a miles de presos guatemaltecos con el virus de la sífilis como parte de un programa para probar la afectividad de la penicilina.

Aunque el escándalo de Guatemala saltó a la opinión pública el año pasado, los detalles más escabrosos de este programa no vieron la luz hasta principios de este mes, después de que una Comisión de Investigación formaba por el presidente Barack Obama presentase sus resultados en Washington.

Según los datos hechos públicos por este cuerpo independiente, el llamado «estudio de Guatemala» fue desarrollado entre 1946 y 1948 como parte de un programa conjunto de los Gobiernos estadounidense y guatemalteco para estudiar el efecto de la penicilina contra las enfermedades venéreas. Para ello se llegó a infectar con gonorrea y sífilis a más de 1.300 personas, muchas de ellas presos, enfermos mentales o huérfanos, a quienes los médicos obligaban a mantener relaciones con prostitutas que previamente habían sido inoculadas con el virus.

Si los presos no contraían la enfermedad a través de las relaciones sexuales, se recurría entonces a métodos más directos como transmitirles la bacteria aprovechando las heridas que tenían en sus genitales o mediante una inyección. Al menos tres de los pacientes recibieron estas inyecciones en la nuca, poniendo en peligro su vida, mientras que una enferma terminal llegó a ser infectada con gonorrea en los ojos para ver la evolución de la enfermedad.

El experimento Tuskegee

«En mi opinión, lo que hace este experimento especialmente terrible es que se realizara con dinero público y entre una población tan vulnerable a la que ni siquiera se le informó de lo que estaban haciendo», explicó a La Voz la doctora Reverby.

Según los estudios de esta doctora, Cutler formó parte también del llamado experimento Tuskegee, que de 1932 a 1972 infectó a centenares de trabajadores afroamericanos con el virus de la sífilis con el objeto de estudiar cómo evolucionaba la enfermedad sin tratamiento. A cambio de participar en el estudio, los pacientes tenían derecho a comida y asistencia médica gratuita y, en caso de fallecimiento, a un entierro sin costes.

En total se calcula que al menos 300 de estos hombres perdieron la vida a causa de este estudio que, tras hacerse público 1972 por el periódico The Washington Post, se convirtió en el mayor escándalo científico de la historia de EE.UU.

Pero si el Departamento de Salud del país se vio seriamente dañado por el estudio Tuskegee, no ocurrió lo mismo con los científicos que participaron en el proyecto. Cutler, por ejemplo, terminó sus días apaciblemente como decano de la Universidad de Pensilvania. Antes de morir, el médico cedió a la institución todas las notas de sus investigaciones sin mostrar un ápice de arrepentimiento. «La realidad es que los hombres que realizaron estos experimentos nunca pensaron que lo que estaban haciendo estuviera mal, sino que estaban convencidos de que iban a ganar el Premio Nobel de Medicina porque en aquella época la sífilis era como el sida», señala Reverby.

Límites éticos

El estudio Tuskegee sí tuvo consecuencias dentro del ámbito de la política. En 1974, el Congreso aprobó la llamada Acta de Investigación Nacional y creó una comisión para regular los límites éticos en cualquier estudio con humanos. Pero cuatro décadas después de la creación de esta ley, la sombra de la duda sigue oscureciendo la reputación de las empresas farmacéuticas, muchas de las cuales experimentan ahora medicamentos en países en vías de desarrollo, como la India.

«Lo cierto es que incluso en el siglo XXI sigue siendo muy difícil poder controlar cómo las farmacéuticas realizan sus experimentos fuera de EE.UU.» indica Reverby. El principal problema reside en controlar hasta qué punto los pacientes, muchos de ellos analfabetos, son conscientes de los riesgos que asumen. «Por ejemplo, si alguien no habla inglés es muy probable que no sepa lo que está firmando. Incluso si lo habla es difícil para alguien de una sociedad rural entender los términos médicos. Por eso, si me preguntas si estudios como el de Guatemala siguen ocurriendo en el mundo la respuesta más sensata sería decir que sí», concluye.

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«Los doctores que infectaron a la gente de Guatemala pensaron que iban

a ganar el Nobel»

Susan Reverby