Una orgía de hormigas y harina

nacho mirás ENVIADO ESPECIAL

SOCIEDAD

El encanto del lunes de carnaval en Laza reside en lo primitivo de una tradición que no es para flojos. Nos precintamos de arriba abajo y adentro

08 mar 2011 . Actualizado a las 11:20 h.

Una orgía de hormigas, harina y tojos. El lunes de carnaval en Laza, provincia de Ourense, es cualquier cosa menos saludable. Tiene algo de salvaje, de ancestral, primitivo... La gente lo sabe y por eso va. Laza es tierra de licor café, de bica y de xastré, un brebaje verde que visualmente no es distinto del Fairy, aunque mucho más sabroso.

En un día como el de ayer, el lugar de los hechos es la praza da Picota, en la parte alta del pueblo. Si miras a tu alrededor te darás cuenta de que se se va a perpetrar algo gordo. Todo el mundo va más o menos protegido con monos de pintor, capuchas, gafas de las que se usan para cortar con la rebarbadora, trajes antirradiación... Los que tienen experiencia dicen que lo del mono no es útil, porque las hormigas, que se lanzan a puñados, entran en la prenda y no pueden salir, que es mejor ir de calle y sacudirse. Por si acaso, vamos precintados de arriba abajo. Me miro y veo a Woody Allen disfrazado de espermatozoide. Soy un salvaje.

A las cuatro y media, la praza da Picota ya está llena. Faltan tres horas para que baje A Morena, que es una máscara con cara de vaca a la que sigue un cortejo terrible de personas que hacen el mal: lanzan hormigas, esparcen harina, te sulfatan con agua... un sindiós porcalleiro.

Como A Morena, que viene del vecino pueblo de Cimadevila, no baja hasta que cae el sol, la gente se va mazando en mayor o menor grado con los destilados locales, sin perder de vista a los peliqueiros, que sacuden latigazos con tanta saña que parecen peliqueiros de la Unidad de Intervención Policial. Hacen sonar sus chocallos, esa especie de cencerros que llevan a la cintura y que en Verín se llaman chocas. Y emprenden carreras veloces en busca de buenas espaldas para descagar sus pelicas; tan fuerte que, en más de una ocasión, la correa del látigo vuela por los aires.

De entre todos los peliqueiros de este año llama la atención uno. Es un peliqueiriño. Justo después de cruzarme el pecho de un correazo, detiene su ira -sin bajar el arma- y se deja interrogar:

-¿Cantos anos tes?

-Teño nove, vou cumplir dez o 17 de marzo.

-Pois zoscas como se tiveses quince. ¿É o primeiro ano que saes de peliqueiro?

-Si. Chámome Manuel Requejo Días.

Con la misma, sigue arreando a todo el que se le ponga delante.

De tal magnitud es el rebozado que se espera que los fotógrafos tienen que forrar sus cámaras con film de cocina. La praza da Picota está flanqueada por unas tascas neurálgicas que alimentan la graduación de la parroquia: el Café Bar A Picota y la Taberna do Ardilla -tipo listo, sin duda, el propietario-.

De los cables de la luz cuelgan trapos embarrados que volaron durante la farrapada de la mañana.

La farrapada no tiene mayor ciencia: se enmierdan a fondo un montón de trapos y se lanzan. Ahora los hacen con barro, pero la tradición era mucho más escatológica y el término enmerdar era literal.

Detrás de una nariz de payaso se adivinan los rasgos de Miguel de Lira, que se cruza con Rafa Cuíña y con Anakin Skywalker. El segundo es el único que no va disfrazado.

Pasan de las siete y media de la tarde cuando, por fin, empieza la madre de todos los fregados. En pocos minutos, la harina y la tierra llena de hormigas esparcidas por el aire hace que el día se vuelva noche. Aquí quería ver yo al hombre blanco de Colón.