Sexualidad infantil

SOCIEDAD

07 nov 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

Cuando una niña queda embarazada, algo ha fallado. Pero no es lo mismo que ese embarazo sea el resultado de la violencia o seducción de un adulto que de una relación entre iguales. En el primer caso, los efectos son inevitablemente traumáticos. El abuso sexual, con frecuencia ejercido en el entorno familiar, lleva la marca del desprecio absoluto hacia la niña que encuentra en el lugar destinado a proporcionarle seguridad la mayor de las amenazas. En el lugar del amor, el goce perverso. En el lugar de la norma, la transgresión que no respeta lo más elemental. En el caso de producirse un embarazo en esas circunstancias, resignificar al hijo producto de esa relación como deseable no es tarea fácil.

Es diferente cuando la niña queda embarazada por una relación entre iguales, en la que la dimensión del abuso no está presente. Esas situaciones nos tocan de otra manera. A pesar de que las primeras obras de Freud ya han cumplido más de cien años, seguimos aferrándonos a una pretendida inocencia infantil. Seguimos pensando, a menudo en contra de nuestros propios recuerdos, que los niños no tienen sexo. No es verdad, la sexualidad infantil existe. En un primer momento está gobernada por el autoerotismo. Luego, a partir de los seis años, permanece acallada hasta que retorna con los cambios ligados a la pubertad. Lo que observamos es que cada vez retorna de modo más precoz, bajo el modo de hacer cuanto antes «todo» lo que hacen los adultos. Esto explicaría que, a pesar de todas las campañas de información sexual y reproductiva, se multipliquen los embarazos adolescentes.

Los juegos sexuales infantiles han existido siempre. Pero ser madre o padre ya no es un juego. Independientemente de las variantes culturales, una niña no puede educar a otra niña.