Hace días, el presidente de la Xunta rememoraba con cariño sus acampadas infantiles en Pedrarrubia. Un «maremoto», en palabras de los vecinos, destruyó el lugar en 1979
27 jul 2010 . Actualizado a las 03:04 h.La memoria de Alberto Núñez Feijoo reserva un rincón especial para el cámping Pedrarrubia. Así lo reconocía el presidente de la Xunta en esta sección veraniega días atrás. Parte de sus vacaciones infantiles transcurrieron en este lugar, un establecimiento entonces pionero, ubicado en el municipio de Oia, a un palmo del océano.
El campamento disponía de una piscina de agua de mar, cancha de tenis, supermercado, baños, cafetería y varios bungalós. El líder de los conservadores gallegos recordaba que una pista conducía hace apenas unos años al campamento, que de hecho todavía podía ganarse en coche. Así sigue siendo. Sin embargo, hace ya mucho tiempo que no recibe más visitantes que tres ovejas que pastan entre sus edificios abandonados, ajenas al pequeño drama que aconteció aquí el 13 de febrero de 1979. Quienes gusten de este tipo de presagios disfrutarán sabiendo que era martes. Martes y 13.
Alcanzar este tramo concreto de la costa del Baixo Miño ha requerido un cierto trabajo de campo. En Oia funcionan hoy dos cámpings. Alfredo gestiona el de O Muíño, un recorte hermoso que se asoma a un mar batido pero extrañamente tranquilizador. La última concesión al turismo de las rías ha quedado atrás, en la bahía de Baiona y Nigrán. Este es un litoral diferente, enfrentado directamente al inmenso y misterioso océano que marcaba la última frontera conocida del mundo antiguo. Es él quien nos facilita la primera información sobre el desastre acontecido 31 años atrás.
O Muíño abre sus puertas desde hace más o menos cuatro lustros. El cámping de Mougás, acogedor, atendido amablemente por Begoña, es más reciente. La recepcionista nos indica, tras un par de llamadas de teléfono, la forma de llegar hasta lo que queda de Pedrarrubia.
Basta desviarse de la carretera general unos metros para encontrar sus restos. Un amplio recinto en el que sobreviven un gran portal y varias casetas de madera arruinadas. La piscina todavía está allí, al igual que el símbolo descolorido de los supermercados Spar. A un lado, un comercio que en su día vendía material de cámping exhibe en una de sus paredes una emotiva recreación pictórica de Superlópez, señal inequívoca de que el tiempo no ha pasado en vano. No hay duda. Este es el entorno en el que el pequeño Feijoo disfrutaba del verano.
Un vecino nos aborda. «¿Da pena miralo, ¿non?», nos interpela. Efectivamente, este cámping devastado es como un juguete roto. El hombre, que se hace llamar Emulesa, nos invita a degustar un vino. No tiene empacho en relatar lo que sucedió. «Foi un auténtico maremoto, en inverno, o mar veu contra isto e foi un desastre; os bungalós estiveron flotando por todas partes durante días e a xente tivo que marchar correndo mesmo cos porcos, porque afogaban».
A los propietarios del campamento la gente los recuerda con mucho cariño. «Pepe Trigo e a súa muller, Carmen, que era a que levaba a xestión; él era coma o relacións públicas, moi boas persoas, axudaban en todo canto podían». Del Feijoo de aquellos tiempos, claro, no guardan memoria. «Home, creo que é novo, pero non tanto, ¿non?».
Pedrarrubia nunca se recuperó. Los propietarios fallecieron. Sus hijos trataron de reconstruirlo, pero al parecer surgió de la nada un socio portugués que complicó las cosas. Ellos siguen dedicándose a la hostelería en diferentes negocios, pero del cámping ya solo dan cuenta las ovejas. Por desgracia, no es la única cicatriz que muestra esta costa brava. Un par de kilómetros hacia el sur surge imponente el Mosteiro de Oia. Construido a finales del siglo XII sobre los cimientos de un antiguo castillo, es el único cenobio cisterciense creado a orillas del mar. Tras varios avatares y un par de intentos de restauración muy discutibles, sus muros parecen condenados. «¿Que quere, se non deixan nin ao pobo visitalo? Non hai que facer», sentencian en una taberna cercana. El Atlántico lo tendrá difícil. Pero a este paso también lo acabará devorando. Qué país este.