De joven era rebelde y mal estudiante. Amaba el surf más que la ciencia. Hasta que fue llamado a filas para participar en la guerra de Vietnam. Optó por enrolarse como enfermero y, cuando comprobó los desastres de la guerra, se hizo una promesa: si lograba sobrevivir se haría médico. Y lo consiguió. Es, solo, un ejemplo de la tenacidad de Craig Venter, un hombre decidido a conseguir todo aquello que se propone. Polémico, pagado de sí mismo, megalómano... Son algunos de los adjetivos que definen al padre del genoma, que con apenas 64 años ya ha escrito su autobiografía, La vida descodificada . Quizás, para muchos, una señal de engreimiento, aunque el científico dista, para quienes lo conocen, de considerarse un soberbio. Es afable y entusiasta, cree en sus convicciones y, ante todo, es un genio visionario que intenta pasar a la historia. Su objetivo: emular a Darwin.
Tras seguir su vocación investigadora en los institutos nacionales de salud pública de EE.?UU. Venter descubre su vocación empresarial. En 1997 crea su propia empresa, Celera, cuya contribución fue decisiva para que la secuenciación del genoma humano, de cuyo borrador se cumplen ahora diez años, fuese una realidad mucho antes de lo previsto. Con una técnica bioinformática revolucionaria, sus trabajos impulsaron también el proyecto del consorcio público. Fue así como tanto Venter como Collins, el director científico de las instituciones públicas, anunciaron al mundo en el año 2000, junto con Bill Clinton y Tony Blair, el borrador del mapa genético humano, un hito que ha revolucionado la ciencia y la medicina. Venter, ambicioso, había llegado a la meta, pero para quien pretende compararse con Darwin esta proeza era insuficiente. El también Príncipe de Asturias de Investigación Científica se marcó otro reto con otra empresa que creó: lograr microorganismos a la carta tras desarrollar una bacteria artificial. Y seguro que lo conseguirá.