Una abogada y un psicólogo atienden a parejas con procesos contenciosos y logran un 66% de acuerdos
26 may 2009 . Actualizado a las 03:36 h.El juzgado no es sitio para pleitos. Al menos no el de familia de Santiago, cuyo titular, el magistrado Ricardo Soto Sola, ha impulsado el primer servicio de mediación intrajudicial de Galicia, un plan piloto que apenas lleva dos meses en servicio y que ya se puede calificar de rotundo éxito.
Gracias a un convenio de la Xunta con el Juzgado, la Fiscalía y el Colegio de Abogados de Santiago, y el colegio gallego de psicólogos, se ha puesto en marcha un programa pionero en España -solo Madrid tiene algo parecido y tan completo, es decir, con abogado y psicólogo, gratuito y en sede judicial- que sería deseable implantar en el resto de los juzgados de familia de la comunidad.
El funcionamiento del programa es relativamente sencillo. Una pareja presenta una demanda contenciosa -divorcio, modificación de medidas, ejecución, incapacitación- y el juez examina el caso: si no hay malos tratos ni desigualdad-incapacidad para alcanzar acuerdos (toxicologías o enfermedades mentales), deriva automáticamente el expediente al servicio de mediación. Allí, una abogada -Olga Faílde- y un psicólogo -Juan Daponte- hablan con la pareja y sus abogados, indicándoles cómo funciona la idea, que consiste en una serie de charlas en las que no hay ni abogados ni jueces y donde nada de lo que se diga puede ser utilizado en el juicio, al que nunca acudirán los técnicos. «El 63% de las parejas aceptan la mediación», explica Juan Daponte, entre otras cosas porque «no compromete a nada, no paraliza el proceso, que va en paralelo, y es gratuita».
El juez es quien anima a las parejas a participar en la charla informativa -todo es voluntario- y él mismo explica cómo: «Siempre les digo que ellos saben mejor que nadie cuáles son sus problemas. Yo puedo firmar una sentencia jurídicamente impecable, pero no es justicia real, porque mi sentencia se basa en lo que los abogados consideran jurídicamente relevante y no siempre en lo que a ellos les interesa».
Tras dos o tres charlas con el psicólogo y la abogada, dos terceras partes de las parejas aceptan un acuerdo. Este es muy garantista, ya que lo supervisan los respectivos abogados, el fiscal (si hay menores de edad) y finalmente el juez, delante del cual tienen ambos que ratificarse en lo dicho. Solo entonces se termina el proceso contencioso o continúa en la parte donde no ha habido acuerdo. Esto es muy importante, tal y como explica Olga Faílde: «Una pareja tiene tantas cosas pendientes que les parece imposible llegar a un acuerdo. Nosotros les proponemos ir por partes, y si son cinco temas, no tienen que pactar los cinco. A lo mejor conseguimos que lleguen a acuerdo en dos o tres puntos, aunque en el resto sí tenga que decidir el juez».
Lo importante para este equipo es «conseguir acuerdos sólidos», ya que de nada sirve una sentencia judicial si no hay voluntad de cumplirla. Por eso, que el fallo dé la razón a uno u otro no significa una victoria, ni mucho menos: «Se pueden poner mil palos en la rueda -explica gráficamente Juan Daponte- y al final acabamos viendo cómo se ponen denuncias por incumplimientos de los acuerdos tan increíbles como la de X porque Y entregó a los niños diez minutos tarde». Y esa denuncia «la presentan -continúa el juez- y hay que tramitarla y, además de emponzoñar a veces irreversiblemente la comunicación entre los padres, se generan más gastos».
En cambio, si el acuerdo lo han marcado los afectados, es más fácil que se cumpla y, lo que es mejor todavía, que se extienda en el tiempo: «Las personas que vienen a este servicio abren un canal de comunicación para afrontar conflictos en el futuro. Si han sabido llegar ellos a este acuerdo, pueden llegar a otros». Eso lo dice Faílde, quien, como todos los del juzgado de familia, ha visto quién ha acudido al juez para que decida dónde se celebra una fiesta familiar y hasta qué menú se pondrá. «¿Cómo voy a decidir yo -sigue sorprendiéndose aún ahora el juez Soto- qué va a comer esa gente?». Mejor, siempre, es pactarlo.