Se ve luz en el pozo mozambiqueño

SOCIEDAD

En uno de los países con más precarios servicios sanitarios del planeta, la arousana Ana Barreiro coordina desde junio un plan de mejora de centros de salud rurales

30 nov 2008 . Actualizado a las 02:00 h.

En Mozambique, cada temporal supone ir preparando el cementerio. En el 2000, dos frentes dejaron al menos 700 muertos y más de 600.000 desplazados. Hace un año, otro dejó 80 muertos. Una cifra sensiblemente menor que ha llevado a la ONU a hablar de la «lección de Mozambique». En siete años se identificaron zonas de riesgo, se fortaleció la red meteorológica y se realizaron simulaciones y ejercicios para evitar nuevas tragedias.

Mozambique ha logrado frenar esa sangría, sí, pero es aún hoy uno de los cinco países menos desarrollados del planeta. «Espero que, con nuestro trabajo, los expatriados no seamos necesarios en programas de desarrollo», dice Ana Barreiro desde Pemba, donde trabaja desde junio. Ella, ingeniera industrial, coordina un programa de infraestructuras de salud con Ingeniería Sin Fronteras. Se encarga de un equipo de técnicos locales identificando la situación de los centros de salud en uno de los países con menor ratio de médicos por habitante del planeta. Analiza las alternativas que se pueden ofrecer, coordina la ejecución de obras de agua, perforaciones de pozos, generación de energía? «El objetivo es mejorar los servicios de los centros de salud rurales pues actualmente tienen muchas carencias y unas deficientes infraestructuras, sobre todo en agua y energía», relata. A la vez, también participa en un proyecto de mejora de la información sanitaria, algo básico para frenar la alta incidencia de algunas enfermedades en la zona.

Dice Ana que no le costó mucho decidir que había llegado el momento de irse al exterior. «Venía trabajando en el sector desde España, y pensé que estaba en un buen momento laboral y personal para irme una temporada larga, para enriquecerme y dar mi aportación, que me tocaba estar aquí».

En la decisión le acompañó su pareja y, pese a las reticencias iniciales, contó con el respaldo familiar, aunque a veces eche de menos, dice, ver crecer a sus sobrinos. «Aunque lo peor -admite- es la sensación de impotencia cuando suceden cosas difíciles con los seres queridos y estás lejos».

La experiencia arrancó con un voluntariado en Filipinas, con un proyecto junto a niños de la calle en Manila. Ahora ve a diario progresos, el crecimiento del personal local que trabaja con ella... La satisfacción de quien ya desde adolescente se veía por el Sur.