En el Sáhara preocupa la crisis gallega

SOCIEDAD

La experiencia de dos policías locales de A Coruña en los campos de refugiados saharauis pone de manifiesto el valor de la solidaridad.

21 nov 2008 . Actualizado a las 14:10 h.

Paula y Daniel forman una pareja de policías locales coruñeses que no decidieron gastarse los 1.075 euros de sus vacaciones en pasar una semana -panza arriba- en cualquier «resort» del Caribe. Maimuna es una mujer saharaui recién separada que ha tenido que volver a la jaima de sus padres porque su marido no le convenía.

A priori, no tienen nada en común excepto su juventud pero, en el fondo, están unidos por el más elevado de los valores humanos.

El pasado mes de Octubre los jóvenes agentes emprendieron, de mano de la oenegé Solidaridad Internacional, un viaje de 15 días, a una tierra innombrable para Marruecos y políticamente olvidada por el resto del mundo, donde un cuarto de millón largo de personas vive de prestado, desde 1975. Un lugar donde «no tienen nada y aún así se preocupan por saber como estamos llevando nosotros la crisis», tal como relata Paula López que ha vuelto muy impresionada de la experiencia y comprometida con la causa. De hecho, ella y su novio fueron dos de los varios miles de personas que el sábado pasado se concentraron en Madrid para pedir tierra y dignidad para el pueblo saharaui.

Una comunidad que, según cuentan los viajeros, ha cambiado los bienes materiales de los que se ven privados por un enorme crecimiento espiritual.

«Si le regalas ropa de niño a una pareja y el bebé del vecino nace antes las prendas van para él y luego ya se verá», comenta Paula, quien ha tenido ocasión de comprobar personalmente lo que significa compartir en uno de los lugares más inhóspitos de la tierra. «Yo llevaba caramelos, bastantes, pero llega un momento en el que se te acaban. Le di los dos últimos a un pequeño y luego llegó otro que también quería. Ni siquiera llegué a decirle nada porque el primer chaval ya se había echado la mano al bolsilló para darle de los suyos. Y si sólo tienen uno lo parten con la boca. La verdad es que impresiona lo educados y lo guapos que son los niños. Ya nos gustaría aquí».

Esta belleza de la que habla la joven coruñesa, o más bien la tiranía de la imagen, tampoco pasa de largo en el árido desierto. Entre los paquetes de ayuda humanitaria -que por cierto estos meses escasean- y las fotos de las familias adoptivas del norte que acogen a los niños en verano, llegan también las modas y un gusto por aclarar el tono de la piel, sólo comparable con la obsesión de algunos, en el mundo «desarrollado» por tostarte en el solárium. Esta nueva costumbre, que está ganando terreno entre las chicas, las lleva a cubrir su rostro casi por completo, no por motivos religiosos, sino para evadir el implacable sol del Sáhara, y a adoptar otras prácticas bastante más lesivas como la utilización de cremas aclarantes con efectos cancerígenos.

Dejando a un lado esta moda que se está convirtiendo en un problema, los saharauis son un pueblo y estado que, a pesar de todo, funciona. Se siente orgullosos de si mismos y les gusta mostrárselo al mundo.

Un buen ejemplo de este orgullo lo representa la familia que brindó su hospitalidad a los jóvenes agentes coruñeses. «Tenían la jaima muy cuidada, habían puesto algunas alfombras nuevas. Cuando se enteraron de que nosotros podíamos mostrar las imágenes aquí nos insistían que le hiciéramos fotos para que la familia española que les había dado el dinero pudieran ver el resultado».

La experiencia de Paula López y Daniel Mouriño, de Maimuna, de los miles de familias saharauis y de los otros miles de solidarios que les ayudan a sobrevivir, hacen buena la máxima de que «para ser feliz no es necesario tener todo lo que se quiere si no querer mucho lo que se tiene».