«La mayoría de los hombres no compran sexo para obtener placer, sino para sentirse poderosos»
VIGO CIUDAD
Aunque hoy en día casi todas las prostitutas que tienen su área de acción en Galicia proceden del extranjero, muchas son las gallegas que, en su momento, se vieron en la necesidad de vender su cuerpo para salir adelante. Sara tiene 48 años y nació en Vigo, lugar donde ejerció la prostitución durante 12 años. Comenzó en el oficio a los 17, después de que su madre la echara de casa porque quedó embarazada y no quiso abortar. En un principio comenzó de camarera en un local de copas y, tras nacer su hija, empezó a prostituirse porque el sueldo no le alcanzaba para mantenerla. Dejó la prostitución hace 18 años cuando conoció al que hoy es su marido. Parte del trabajo actual de Sara consiste en orientar a las chicas que ejercen la prostitución en las calles y en los locales de alterne.
Ella confiesa que en muchas ocasiones fue objeto de vejaciones y humillaciones. «La mayoría de los hombres compran sexo no para obtener placer, sino para sentirse poderosos. Los hace felices poder comprar a una mujer. Saber que ellos mandan y que una obedece», asegura. Según su experiencia el cliente medio es machista e intolerante. Aunque prefiere olvidar ciertos episodios de su vida, aún recuerda con angustia las agresiones sexuales que padeció. «Yo era joven e ingenua, confiaba en la gente sobre todo en una ciudad tan tranquila como Vigo. En una ocasión le pedí a unos clientes que me acercaran a casa y me llevaron a otro lado para abusar de mí».
Sara considera que cada vez son más los adolescentes que buscan los servicios de las prostitutas. «Muchos chicos de 15 años guardan la paga para comprar sexo. Es aberrante. Crecen con una idea errónea de la sexualidad y de la mujer», afirma.
Aunque no justifica la prostitución, entiende que muchas veces las mujeres que vienen de otros países se vean obligadas a vender su cuerpo para sobrevivir. «Para ellas todo es más difícil porque tienen que mandar dinero a sus familias. Aquí se abusa mucho de las inmigrantes sin papeles. Conozco muchos casos de chicas que, por no tener una libreta de ahorros o un aval bancario, pagan hasta 800 euros por el alquiler de un piso que no vale ni la mitad», dice Sara, quien se siente satisfecha de haber dejado el oficio. «Luché mucho para ganarme el respeto de la gente -señala- y hoy soy solo una vecina más. Tengo el cariño de mi marido, de mi hija y de mi nieto». Aunque al principio no fue fácil, los que fueron sus clientes la insultaban en la calle «cuando iban solos -aclara- porque cuando iban con la mujer sí que agachaban la cabeza».