Una novata ante el nuevo muro

SOCIEDAD

Anxela Iglesias se estrena en la cooperación como coordinadora de un programa de sensibilización y educación en Israel, donde el diálogo es un arma descargada

02 jun 2008 . Actualizado a las 12:17 h.

Las sensaciones que Anxela (sin tilde, porque según su madre, en el gallego de su pueblo no había esdrújulas) puede experimentar desde hace casi dos meses en Israel seguro que se explican mejor mirando antes a Alemania. En el país que protagonizó la mayor persecución del planeta hacia el pueblo judío pasó ella nueve años trabajando como periodista para varios medios. «El sufrimiento de los judíos durante el Holocausto se recuerda con placas y monumentos en cada esquina, y eso me despertó el interés por comprender qué ocurrió después con ese pueblo traumatizado».

En Berlín, durante ese período, pasó a diario por un tramo tirado del Muro que dividió a la ciudad durante décadas, cruzando por un abandonado puesto fronterizo. «Suena ingenuo, pero aún confío en que el muro y los checkpoints que veo ahora cada vez que cruzo a Cisjordania también lleguen a ser algún día un vestigio superado de la historia». Ese otro muro es el que Israel está construyendo para separar aún más los territorios palestinos y a quienes los habitan en precarias condiciones.

Y ahí está ella ante su nuevo muro. El físico y el mental, el que ve cómo se va levantando y el que la obliga cada día a ingeniárselas para lograr el objetivo que se ha marcado en su actividad con la Asamblea de Cooperación por la Paz. El nombre de esta organización ya despeja bastante la incógnita sobre lo que hace Anxela allí. Coordina proyectos de educación y sensibilización para que las dos partes en conflicto, la árabe y la judía, lleguen algún día a mirarse a la cara y a convivir en paz. Es Israel un país de desarrollo alto, según la ONU, pero con una carencia enorme: la paz.

Por ello, sí, tal vez suene ingenuo. Pero al menos ella no se resigna y va dando pasos. Uno de ellos, Veo Veo , una exposición que esa oenegé lanzó en España para fomentar la tolerancia entre los niños y que ahora impulsa en Lod, ciudad en la que familias de diferentes religiones y orígenes «viven, pero no conviven», relata. Hay carencias en la zona, sí, entre ellas la tolerancia y el afecto. «Después de ver la exposición, algunos niños judíos y árabes juegan por primera vez juntos», dice con cierta satisfacción, aunque con los pies en la tierra: «Es un grano de arena, pero siempre es mejor que quedarse de brazos cruzados».

Ahora admite que, sobre el terreno, el día a día «puede sonar anodino, muy lejos de la idea de intrépidos aventureros que muchos tienen de los cooperantes». Reuniones, facturas, justificación de proyectos, cálculo de presupuestos? «Creo que, salvo en casos concretos de emergencia, ese es el papel que les corresponde a las organizaciones del norte, quedarse en la retaguardia y ayudar a que nuestros socios locales sean los verdaderos protagonistas», justifica.

Esa burocracia no es el gran problema que encuentra. Tampoco la inseguridad: «En Jerusalén oeste no vivo como una cooperante al uso, tengo acceso a todas las comodidades de un país occidental, y a veces parece que la vida aquí es igual que en cualquier ciudad europea, pero esa sensación se desvanece al encontrar policías y soldados en cada esquina». Su gran dificultad va ligada a esto. Es entender la compleja realidad de la zona, «en la que no hay negros y blancos, todo tiene millones de matices». Otra vez el muro.