El «geocaching» triplica sus adeptos

SOCIEDAD

Galicia oculta 121 fiambreras con objetos en lugares de riqueza paisajística para atraer a turistas que se guían por las pistas de coordenadas que obtienen en Internet

13 feb 2008 . Actualizado a las 02:00 h.

Un paseo por la coruñesa torre de Hércules o el parque de O Castro, de Vigo, podría conllevar algunas sorpresas. El caminante se podría topar, por ejemplo, con un grupo de excursionistas dotados con aparatos GPS que remueven unas rocas y, con grandes gritos de alegría, desentierran una fiambrera. Luego, los émulos de Golum, el villano de El señor de los anillos, se fotografían felices con su tesoro.

Este es el nuevo deporte del geocaching, que significa en inglés «liquidar el cheque en efectivo». Se trata de una especie de yincana inventada en Estados Unidos en el año 2002 que surgió con la popularización de los localizadores vía satélite GPS y de Internet. Esta actividad lúdica pertenece a la familia del bookcrossing, que consiste en etiquetar un libro, abandonarlo en una ciudad a manos de otros lectores y seguir su ruta en una web de Internet.

En Galicia, la cifra de adeptos del geocaching se ha triplicado en apenas dos años. En el 2006, estaban contabilizadas 49 fiambreras de plástico que contenían pequeños regalos: pines, viseras o camisetas. Dos años después, ya están ocultos 121. En este juego podrían estar involucrados medio millar de aficionados gallegos que necesitan un GPS de cien a mil euros, con márgenes de error de diez metros. Además, conviene dotarlo de una brújula electrónica, mapas topográficos o mayor memoria.

La excusa es disfrutar de la aventura. Los escenarios elegidos son incomparables: desde el parque de Chelo, al que un visitante define como «bosque animado», hasta la brava punta de Seixo Branco, en la costa coruñesa. Cuando un turista localiza con su GPS el tesoro firma en un libro de visitas, describe el contenido del tupperware y lo vuelve a enterrar. A cambio, obtiene coordenadas de otros escondites o atracciones de la zona.

Los descubridores sacan unas fotos del paisaje que rodea el escondite. Para certificar su paso, notifican su hallazgo a la web oficial o su versión hispana, que acoge la filial gallega. A través de los foros, se conocen las opiniones de los aventureros. Por ejemplo, en Chelo la búsqueda fue especialmente difícil y algunos visitantes tuvieron que intentarlo dos veces a lo largo del verano. «Nos fallaba el GPS», relatan en el foro. En algunos casos, los visitantes se llevan el tesoro original, pero lo reemplazan por otro. Y existe una modalidad que consiste en unos trotamundos que hacen autostop por toda Europa con el tupperware a cuestas. Los guionistas de cine lo llamarían el McGuffin, como bautizó el director de suspense Hitchcock a una misteriosa caja de la que jamás se separaba el protagonista de su película.

Entre los pioneros de este deporte de aventura en Galicia figuran profesores extranjeros de la escuela de idiomas de la Universidade de Santiago o alumnos de aulas de tiempo libre de Ourense. Ahora, cualquiera con GPS puede formar parte de estos aficionados y participar en las búsquedas.

En Vigo, el escondite está próximo al yacimiento arqueológico del castro. Los últimos tesoros están situados en San Cibrao-A Bola, el mirador de Cotarros, la catedral de Tui, la nacional VI o la playa de A Lanzada.

Los visitantes que removieron las rocas de la torre Hércules eran, en su mayoría, norteamericanos. Algunos, incluso habían llegado al puerto coruñés durante una escala de crucero. La fiambrera contenía una guía para reducir el consumo de agua, un osito de peluche y una pelota antiestrés.