Durmiendo en el Obradoiro

Por Tamara Montero + fotografía de Paco Rodríguez

SANTIAGO

Una periodista de La Voz convivió esta semana con los acampados compostelanos, que, al igual que sus compañeros de Galicia y el resto de España, se levantan cada mañana para hacer crecer una protesta con la que pretenden reconstruir su futuro sobre un pilar básico: el poder es del pueblo y para el pueblo

29 may 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

El rugido de la indignación permanece en la plaza del Obradoiro desde el 17 de mayo. El primer día, eran una docena. Esta semana han llegado a varios centenares. Se hacen fuertes y están mejor organizados. Lo único que no ha cambiado es lo que reclaman: una democracia real, en la que el pueblo sea el protagonista y no solo una pieza de ajedrez a la que se pone en jaque cada cuatro años.

La de Compostela es una de las acampadas más numerosas de Galicia. En las diferentes comisiones que operan sobre el empedrado forrado de tiendas de campaña trabajan diariamente más de un centenar de personas, que se multiplican exponencialmente cuando la torre de la Berenguela tañe ocho campanadas. Es el momento de sentarse y, en asamblea, decidir el futuro del movimiento. Desde hace unos días, y ante el constante crecimiento del número de indignados a los pies de la catedral, operan bajo un reglamento que limita el tiempo de exposición a tres minutos, pero continúa dando voz a los que lo deseen. Porque el pueblo son todos, duerman o no al raso en pleno corazón de la capital de Galicia.

Pasar un día en la acampada compostelana es una lección de sacrificio. Quemados por el sol y febriles tras días de poco o nulo descanso, los indignados se levantan todos los días antes de las nueve de la mañana para hacer crecer el campamento. En tan solo diez días, las improvisadas tiendas realizadas con lonas han dado paso a estructuras de madera que albergan desde un minicentro de salud a una pequeña biblioteca con sala de estudio para los que estén en exámenes. Hasta tienen cocina. Eso sí, solar. Y quien les prepara la comida todos los días es un discípulo de Ferran Adrià, nada menos. El menú, sano y variado. Disponen incluso de una opción sin ningún ingrediente de origen animal para los vegetarianos. ¿De dónde sacan los alimentos? Fundamentalmente de donaciones. «Aquí no se pide dinero», aclara uno de los miembros de la comisión de comunicación. Se ha hecho un bote, eso sí, para ciertas necesidades, como la gasolina que pone en marcha el generador eléctrico.

En realidad, enfilar el Obradoiro significa zambullirse en un microcosmos donde la consigna fundamental es la horizontalidad. Horizontal es el modo en el que la acampada ha ido expandiéndose por las losas centenarias del Obradoiro, ocupando ya más de la mitad del espacio. Horizontal es también la organización: no hay gurús, portavoces o líderes. La responsabilidad de cada una de las comisiones es rotatoria. Ya han visto en muchas ocasiones que el poder corrompe y procuran no caer en la misma trampa.

Y tanto ha crecido ese universo encajado en el corazón de la ciudad patrimonio de la humanidad que hay comisiones casi para todos los gustos. Las primeras fueron las más básicas para la supervivencia: alimentación e infraestructuras. Poco después, y ante la expectación que generaron en todo el mundo, nació la de comunicación y la necesidad de llevar su mensaje a toda la ciudad hizo germinar la de propaganda. Al poco, comenzaron a organizarse actividades de distinto tipo para amenizar la jornada: aparecieron entonces los responsables de cultura. El sol que cada día cae a plomo sobre la explanada los llevó también a crear una comisión sanitaria que se encarga, sobre todo, de recordar a todos cómo protegerse de las altas temperaturas. El proyector que les han cedido ha servido para organizar un grupo de especialistas en audiovisual, que se encargan también de las retransmisiones en directo y de montar un documental. El pasado fin de semana, los niños comenzaron a llegar al campamento: se hizo entonces necesario organizar una guardería. Los que se acercan curiosos han servido para crear un punto de información. Y los despistados acuden más de una vez al punto de objetos perdidos.

Hasta biblioteca

Han resistido el envite de la Junta Electoral, que declaró las concentraciones ilegales. Han pasado de gritar «non temos pan para tanto chourizo» cuando los políticos salían de la Casa do Concello a ser capaces de congregar en una misma plaza a más de un millar de personas para debatir sobre el camino que está tomando el país. Pero ¿cuál es su futuro? «El siguiente paso es llevar las actividades fuera de la plaza», aventuran desde la comisión de comunicación. ¿Continuarán en el Obradoiro? De manera indefinida. ¿Profundizarán en sus reivindicaciones? Sin lugar a dudas. ¿Nacerá de ellos un partido político? Todavía no se sabe y de momento recalcan su condición de grupo sin banderas, personas que han visto su futuro hecho añicos y que se han levantado para reconstruirlo con ocho puntos como pilares: los consensuados a través de la plataforma Democracia Real Ya.