La casa presidencial de Albor y Fraga se pudre víctima del abandono

SANTIAGO

El chalé de Roxos, patrimonio de la Xunta, acogió un centro de menores en su última etapa y hoy es una ruina

10 nov 2009 . Actualizado a las 22:58 h.

Quizás la edificación no reúne los requisitos para declararla monumento artístico nacional. Pero de ahí al estado en el que se encuentra la que fue residencia oficial del presidente de la Xunta seguro que hay un término medio. La bicicleta es lo que tiene, que uno se pone a pedalear y, de repente, se encuentra con una patada en medio del paisaje que le pone al ciclista los pelos de punta. Le ocurrió hace unos días a Javier, vecino del entorno de Compostela que, sobrecogido por la visión, retrató el asunto y lo envió al periódico.

Sus fotos mostraban la casa que ocuparon durante varios años Manuel Fraga Iribarne y su esposa, Carmen Estévez -y, antes que ellos Fernández Albor y brevemente González Laxe- después de un bombardeo nuclear o de una revuelta para declarar la independencia de Roxos. El otrora famosísimo chalé es hoy un desperdicio en medio del SUNP 25. La estampa es terrible. Es tanta la frondosidad que cubre el chalé que cuesta darse cuenta de que el inmueble abandonado, todavía propiedad de la Xunta, es el mismo en el que Fraga desayunaba todas las mañanas antes de que cantasen los gallos de Roxos. Cualquier descripción del desastre se queda corta, así que ahí va un intento.

La selva ha campado a sus anchas por el exterior de la construcción; no sería raro encontrarse al hijo de Tarzán. Lo que un día fue una cancha de baloncesto -después de construirse la residencia de Monte Pío el chalé pasó a ser un centro de menores dependiente de Vicepresidencia- es hoy un patio calamitoso. Las canastas están cubiertas por unas enredaderas que parecen lianas y, como setas pagadas con el dinero de todos, florecen por todo el solar trozos de muebles, algunos con el número de inventario todavía pegado.

Los chatarreros se han empleado a fondo: el chalé, cuya puerta está abierta, al igual que algunas ventanas, ha sido objeto de saqueo y lo poco que podía guardar de valor ha sido incautado por el pueblo como si hubiesen desembarcado en Roxos los bolcheviques. Tirado en el suelo, un contador de Fenosa marca los últimos kilovatios que compartieron, en distintas épocas, dos presidentes y catorce menores tutelados: 22.376.

Si uno está vacunado contra lo desconocido, echar una vista a la cocina es una experiencia digna de Íker Jiménez. Los electrodomésticos han desaparecido, solo hay basura y abundantes restos de comida. Faltan, si acaso, los gremlins.

Sobre lo que queda de la encimera en la que le preparaban a don Manuel aquellos vasos de tubo de café con leche, se fosilizan unos canelones en la misma bandeja en la que fueron horneados. Todavía está metida la paleta con la que alguien se sirvió una ración, allá por el año 2007. Un bote de Ketchup esparcido convierte la cocina en el inquietante escenario de un crimen. En los armarios se pudren montones de comida, cartones de leche, huevos, Colacao, mayonesa... El olor no se puede fotografiar, mejor así. Sillas, mesas, periódicos, monitores... Todo hecho una pena. A Fraga nunca le gustó aquella casa. Pero seguro que, cuando vea las fotos, se quedará sin palabras.