La mejor joya, la jubilación

Chelo Lago consuelo.lago@lavoz.es

PONTEVEDRA

17 feb 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

En plena polémica por el anunciado retraso en la edad de jubilación, Luis Paisa Gil va a echar el cierre a su negocio, una joyería, después de 64 años de trabajo. El empresario tiene 76 años y lleva trabajando desde niño, concretamente desde los 12. El día 25 cerrará para siempre el local que regenta en la calle Sierra. Paisa recuerda que empezó en el oficio de aprendiz en el taller de la joyería Besada, de la calle de la Oliva con su cuñado, José Besada. Allí estuvo 18 años, hasta que decidió independizarse. Fueron tiempos difíciles pues además del taller, ayudaba a sus padres, ya mayores. «Me establecí -recuerda- el 9 de marzo de 1964, y el primer año fue muy duro, pues tenía que pagar el alquiler del local, que era del Ayuntamiento, y lo pasé francamente mal». Pero empezó a coger clientela y fue «armando todo el negocio».

Por aquel entonces se hacían muchos trabajos a mano, lo que «era más lento y más costoso». Hoy en día, las cosas cambiaron. Ya no se puede competir con las máquinas, y el trabajo del taller «hubo que dejarlo, solo quedó para soldaduras y algunos arreglitos». Comenta que ahora la gente ya no encarga joyas, porque son más baratas de fábrica. «Sale mejor tanto para mí, como para el cliente, incluso más económico y perfecto, aunque en el taller siempre se hacía más fuerte, porque no se escatimaba material». En los inicios del taller la maquinaria era prácticamente inexistente y todo se hacía artesanalmente. Tenía un soplete, unos laminadores para estirar el oro, «todo manual, a base de manivela, y la lima y el lijado, todo a mano». Precisamente por ello tenía los dedos enllagados, especialmente en el invierno, por la acción de los líquidos abrasivos empleados en su profesión. Luego compró una pulidora.

Asegura que la época mejor de su negocio fue la década de los setenta. «Cuando venían los emigrantes de Suiza, Alemania y Francia siempre compraban oro como inversión. Fue una temporada fantástica». Por aquel entonces, no hubiera cambiado el emplazamiento de su joyería ni para la calle de la Oliva o Benito Corbal. «Por la mañana venía mucha gente a comprar y por la tarde había menos movimiento, por lo que podía trabajar en el taller». Luego hubo altibajos, pero fue bajando el volumen de negocio, especialmente desde hace unos diez años. Y parte de ello cree que se debió a «la reforma urbana». «Quitaron los aparcamientos y todo son prohibiciones; la plaza de abastos estuvo prácticamente cerrada cinco años y se perdió todo el movimiento». Su clientela tipo eran personas del rural, en un 80%, y los había que pagaban a plazos. Aunque más de una deuda quedó sin cobrar «como en todos los comercios», dice con resignación.

A lo largo de los 45 años en que mantuvo abierto su local sufrió un robo y un atraco. El primero fue de madrugada, en septiembre de 1983. Los cacos entraron por el local contiguo y accedieron a la joyería a través de un agujero que realizaron en el tabique. Se llevaron «todo lo que quisieron, por valor de 7 u 8 millones de pesetas para mí». Y el suceso más grave fue el atraco, «como los de las películas», acaecido en agosto de 1984. «Fue sobre las cinco de la tarde y estaba yo solo. Entraron tres personas, a cara descubierta, uno portando una pistola y otro con un navaja que me pusieron en los riñones. Me ataron de pies y manos y me taparon la boca con una cinta», recuerda. Robaron mercancía, «menos que en la otra ocasión porque ya no tenía tanto y además, parte no era mía, sino que estaba en depósito» y lo dejaron allí atado, no sin antes gritar «viva ETA, para despistar». La Policía los detuvo y recuperó la mitad de lo robado en Cangas «y con eso seguí tirando, aunque desmoralizado». «Fue gracias a mi mujer, María, que me animó y empujó a seguir, que continué con el trabajo».

Ahora podrá gozar de un merecido descanso, toda vez que ninguno de sus tres hijos -Luis, Leandro y Cristina- se decantó por seguir con el negocio. «Uno de ellos estuvo aquí, en el taller, pero en cuanto vio que aquí no había descanso, retomó los estudios», dice riendo. También recuerda que nunca tuvo vacaciones, y que incluso acudía a trabajar enfermo. Ahora podrá disfrutar cortando la hierba o podando los frutales en «la finca de mi suegra, a siete kilómetros de Xeve». Después de pasar toda la vida «encerrado entre cuatro paredes», le gusta «respirar el aire y estar en espacios abiertos». Pero tampoco tendrá mucho tiempo para el descanso. De ello se encargará su único nieto, Luis, «que cuidamos los abuelos, porque los dos padres trabajan». Centenaria. No uno, sino nueve nietos y nada menos que diez bisnietos tiene María Teresa Rodríguez Fortes, vecina del lugar de O Ribeiro, en Campañó, que ayer cumplió 101 años. Por tal motivo, recibió en su casa la visita del alcalde, Miguel Anxo Fernández Lores, que le hizo entrega de un ramo de flores. María Teresa, que dedicó toda su vida a trabajar en el campo, vive ahora con una de sus hijas, Tina. Quedó viuda con cincuenta años después de tener seis hijos, de los que solo viven tres. Precisamente, su hija contaba ayer que la vida de María Teresa estuvo «chea de traballo e tamén de moitos disgustos», ya que sufrió la muerte de su marido y de tres de sus seis hijos.