Rugby hasta el tercer tiempo

PONTEVEDRA

Padre e hijo comparten en el club Mareantes la afición y práctica de un deporte de contacto que, pese a su aparente dureza, fomenta la sociabilidad y el juego limpio

25 ene 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

Vicentón, como lo bautizaron en el ambiente deportivo, empezó a jugar al rugby en Santiago en el equipo de Medicina y después en el club deportivo universitario que se formó para crear una selección gallega y participar en campeonatos.

Cuando acabaron la carrera, él y sus colegas, practicantes y promotores de este deporte, eran de lugares distintos de Galicia y empezaron a montar equipos en sus respectivas ciudades. Así nacieron, entre otros, el Mareantes Rugby Club de Pontevedra y Los Ingleses de Vilagarcía, de los que Vicente López Cabido fue cofundador. Y así se impulso también la primera liga gallega y la federación de un deporte minoritario que aquí, hasta entonces, solo se jugaba en el ámbito universitario.

Vicente López Cabido es arousano de nacimiento y pontevedrés de adopción. Aquí reside en la actualidad con su familia y trabaja como técnico sanitario. Pero cuando era un treintañero, aún viviendo en Vilagarcía, ya venía todos los fines de semana a la ciudad del Lérez a casa sus colegas.

El Mareantes lo fundaron entre Benito Hermida, que fue quien puso el nombre al equipo, Marthin, Henrique Acuña, Larriba, Maquieira y unos cuantos más. Vicentón estuvo en la primera directiva y a la vez era jugador del equipo pontevedrés. «Después, cuando fundamos Los Ingleses en Vilagarcía, yo era su entrenador y compaginaba los dos equipos».

Una lesión le apartó de la práctica del rugby en el Mareantes y cuando se recuperó empezó a jugar con veteranos de toda Galicia. En esa etapa «íbamos mucho a jugar a Portugal y el último partido lo jugué con cuarenta y pico años, pero llegue a tener como oponente a un ex ministro luso de 80 años».

El Mareantes ya cumplió su veinticinco aniversario y hoy es una gran escuela de rugby. Vicente López Melero, el hijo, juega en el equipo de benjamines de este club pontevedrés, que participó en los campeonatos de España. Aquí entrenan en un pabellón de A Xunqueira, para jugar utilizan campos de fútbol y reivindican un campo específico de rugby en la ciudad. Como casi todos los niños, Vicente junior empezó practicando el fútbol y de hecho sigue jugando en los recreos del colegio. Su padre lo metió en la escuela del Salgueiriños, «pero lo que yo no puedo soportar es que haya un arbitro de quince años y que nada más empezar el partido lo estén insultando los padres de los jugadores», explica.

Eso no sucede en el rugby, donde «los padres de los niños animan a los dos equipos incluso a nivel de campeonatos de España». En este juego prima la deportividad y el respeto dentro y fuera del campo. Y para marcar las diferencias, padre e hijo recuerdan al unísono un antiguo dicho británico que dice que «el fútbol es un juego de caballeros jugado por truhanes y el rugby un juego de truhanes jugado por caballeros». Pese a todo el benjamín dice que los dos deportes le gustan. «Me resulta más fácil el fútbol porque es más famoso y jugué de pequeño, pero desde que me metí al rugby ya no me interesa tanto».

En el rugby es característico el respeto por las reglas, tanto por jugadores como público, y se fomenta la sociabilidad entre compañeros de equipo y oponentes, con una cordial reunión después de los partidos denominada tercer tiempo, en la que también participan árbitros, entrenadores y parte del público.

Vicentón explica que es un deporte de contacto y por tanto duro, «pero se queda todo en el campo». Junior asiente en lo de la dureza de forma gráfica: «En camilla...», dice. Y lo que tiene claro es que «el tercer tiempo, cuando nos vamos todos a tomar algo, es lo mejor».

Padre e hijo comparten otras aficiones como el ajedrez. Y viendo las tablas del niño, su simpatía y lo desenvuelto y extrovertido que es, quizás haya heredado otra vena escénica de familia. Vicente López Cabido era sobrino de Simón Cabido, famoso actor y humorista ya fallecido, creador del personaje de Doña Croqueta, que, precisamente, inventó en unos carnavales arousanos.