Él no lo haría

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

19 jul 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Canciño es uno de las mas bellos vocablos del idioma gallego. Mucho más que un diminutivo cariñoso, palabra con saudade, si las voces tuvieran color canciño sería azul como esos cielos que despiertan la mañana de un verano recordado.

Los perros hablan así entre ellos recuperando el mejor vocabulario de los hombres cuando se ponen nostálgicos. No sé si en el Coloquio de los perros Cervantes les pone voz propia, como hizo Esopo en muchas de sus fábulas, pero me viene al pelo este inicio para denunciar una vez más el abandono alevoso que sufre la república de los canes cuando llega el verano.

España lidera el perverso ránking de mascotas abandonadas entre todos los países europeos. Triste récord el que supone que la mascota regalada en las Navidades ya no tiene sitio en la familia. Se le quita el chip y el collar y se le abre la puerta del coche cuando su amo se para a repostar en una gasolinera.

El sufrimiento del perro, desorientado e inmensamente triste, tristemente enloquecido buscando a sus dueños, acercándose a los coches que cree reconocer, es infinito.

Él no lo haría, los animales no son crueles y despiadados como los humanos, y del cave canem latino, que es un icono de las ruinas de Pompeya, del «cuidado con el perro» hay que exigir un «cuida al perro» rotundo que acabe con la perversa práctica que en muchos casos se convierte en canicidio. En Galicia, en la Galicia campesina y tradicional, los perros no son mascotas, son «da casa», como el resto de las personas que la habitan.

Son trabajadores, compañeros, amigos. Guardan la hacienda, vigilan al forastero, cuidan de los niños. Envejecen con quienes los acogen. Perro y hombre forman una unidad de afecto perdurable.

Los perros no son juguetes, no son peluches para entretenimiento de los más jóvenes de la casa. Son seres vivos, animales cordialmente solidarios, esencial y tozudamente fieles, agradecidos en el más primigenio sentido del termino.

Habrá que penalizar severamente a quien abandone un perro, condenándolo a la desesperación y en mucho de los casos a la muerte.

Él no lo haría, estad seguros, y si su capacidad de manifestar lo que siente cabe en el océano inmenso de su mirada, y solo le falta hablar, nunca jamás va a traicionar desde su lealtad férrea a quienes considera sus dueños.

El verano, las casas pequeñas, el precio del pienso no son un argumentario que justifique nada. La crueldad, la soledad y el olvido son la mínima trilogía del dolor que se le inflige a estos animales. Acaso habrá que cambiar de sentido y empezar a considerar animal en la acepción más vil de su significado a los bípedos que asesinan desde el abandono a nuestros amigos los canes. Ellos en ningún caso lo harían.