Sociedad, deporte y dopaje

| ISIDORO HORNILLOS |

OPINIÓN

24 may 2006 . Actualizado a las 07:00 h.

EL DEPORTE de alto rendimiento es, en algunas de sus facetas, un reflejo de la dinámica de la sociedad en la que se desarrolla. El dopaje, actividad éticamente reprobable porque desnaturaliza los resultados, atentando contra la salud del practicante, es una evidencia del deporte moderno, aunque de invención milenaria. También un sector minúsculo de la sociedad civil delinque para obtener beneficios. Pero no todas las personas que poseen un patrimonio económico excepcional han realizado actividades ilícitas para conseguirlo. Algunos han hecho de su trabajo el eje principal de su vida y puede que otros hayan heredado fortunas familiares. La madre naturaleza es caprichosa con la herencia genética y algunos deportistas nacen con unas facultades físicas excepcionales que son cultivadas desde la más absoluta honradez, lo que permite cosechar gestas deportivas dignas de admiración. Por eso tampoco es justo lanzar sospechas gratuitas sobre todos los campeones que vayan apareciendo. Con esta actitud se contribuye a sembrar de incertidumbre el presente y futuro del deporte. Pero también existe hipocresía social que se incrusta en las estructuras del deporte. Reconociendo el hecho del dopaje, es preciso articular una actuación homogénea que comprometa por igual a todas las estructuras deportivas. La sociedad civil no debe reaccionar de forma distinta ante un supuesto infractor por el mero hecho de que practique un deporte con mayor o menor respaldo institucional y social o por su vinculación a unos determinados colores. También los dirigentes deportivos deben comprometerse en esta tarea. El futuro del deporte de rendimiento está en juego. Los gobiernos autonómicos, estatales e internacionales deberán potenciar políticas educativas y normativas rígidas que luchen contra esta lacra social. A medida que la inversión empresarial privada acentúe su presencia en las estructuras deportivas, las posibilidades de que aparezcan infractores, en forma de médicos, entrenadores o deportistas, también crecerán. Asimismo, es preciso actuar sobre las propias normas que rigen las competiciones deportivas. La fisiología humana tiene sus propias limitaciones. El nivel de espectáculo deportivo que se exige por parte de los espectadores también tiene que tener sus restricciones. El grado de aumento de las competiciones oficiales o el diseño de etapas no siempre responde de forma coherente a las posibilidades reales de los deportistas. Sobre ello también se debe reflexionar.