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Un libro reivindica la pervivencia de la alfarería tradicional gallega

b. p. L. REDACCIÓN / LA VOZ

AGRICULTURA

Luis Antonio Pazos repasa en una guía las claves de este trabajo artesanal

16 ago 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

De una pasión vital por la alfarería ha nacido el libro Guía lúdica da olaría tradicional de Galicia, en el que Luis Antonio Pazos Franco ha volcado el saber y los datos recabados durante varios años de visitas a todos los alfareros que permanecen activos en la comunidad. Esta obra, editada por la Diputación de Lugo, pretende poner en valor y reivindicar un arte milenario que hoy pervive frente a los utensilios de cocina de fabricación en serie. «He querido darle a este trabajo un enfoque diferente, para que las personas que lo lean se sientan atraídas y se animen a visitar a los alfareros, que son personas encantadoras y muy pacientes, y que también se ofrezcan a comprar sus piezas», explica el autor, que es dueño de una «buena colección» de piezas de barro.

La guía examina de manera minuciosa y muy descriptiva los orígenes de este trabajo artesanal, las características de la materia prima, sus procesos de producción y las seis áreas en las que hoy en día sigue activa esta disciplina: Buño, Bonxe, Gundivós, Mondoñedo, Niñodaguia y Meder. «En la primera parte del siglo XX, había hasta veinte zonas, pero a lo largo del siglo fueron desapareciendo», explica el autor, que lamenta no poder mostrar su libro a los dos últimos maestros alfareros fallecidos, de Bonxe y Gundivós.

Carácter utilitario

Luis Antonio Pazos explica que el origen de la alfarería en Galicia es el de una actividad complementaria de la tareas agrícolas. «A olaría galega é fundamentalmente campesiña, tanto na producción coma no consumo, e xorde por necesidade», explica en el libro. «Ten un carácter totalmente utilitarista: prodúcense vasillas útiles [...], pero son especialmente importantes os cacharros que poden ir ao lume e ser, polo tanto, utilizados para cociñar directamente», añade.

Su mayor expansión se produjo a finales del siglo XIX, como consecuencia de la mejora de vida del campo gallego y el aumento de la población y de la actividad agrícola. «A mesma causa que produciu o seu desenvolvemento na segunda parte do século XIX e a primeira do século XX vai determinar, paradoxalmente, a súa decadencia a partir dos anos cincuenta: a mellora do nivel de vida, cando o poder adquisitivo do campesiño chega a determinado nivel, aínda dentro da pobreza xeral, que lle permite acceder a utensilios de metal, máis duradeiros e prácticos ca o barro», escribe el autor.

Fue a partir de los años ochenta cuando resurgió este arte, un auge relacionado con el regreso «á aldea de antigos artesáns emigrados, algo que é especialmente certo en Gundivós» y también con un nuevo sentimiento de vuelta a la tierra.

«Fronte ao mundo en serie dos grandes almacéns, pensamos no prestixio de posuír e amosar na nosa casa unha peza única, na beleza intrínseca dunha ola ou dunha ámboa, no valor verdadeiramente etnolóxico destas pezas», reivindica esta obra.

Modernización

Cierto es que, hoy en día, con el auge de nuevos materiales más prácticos y de fabricación en serie, las piezas de barro tienden a perder su carácter útil para pasar a ser objetos decorativos. «Hoy en día es difícil que la alfarería tenga futuro si no se orienta hacia el turismo -explica Luis Antonio Pazos-. El futuro pasa por las ayudas y la modernización de las técnicas de producción».

Explica el autor que, aunque no se puede hablar de la alfarería gallega como un conjunto, ya que cada zona tiene sus propias características, en general todas comparten el hecho de que se trata de un trabajo «muy básico, casi rudimentario, que da como resultado piezas de uso diario, aunque incorporan un elemento de belleza importante».

Caracterísiticas comarcales

El libro recoge detalladamente las características especiales de cada zona, desde Buño, que posee la alfarería más decorada de cuantas se hacen en Galicia, a Niñodaguia, que es la más sencilla y tiene en la alcuza destinada a guardar el aceite su forma más destacada. En Bonxe, por su parte, el autor señala que las piezas destacan por su sencillez y utilitarismo; y Gundivós destaca por sus emblemáticos xarros, de «certo carácter antropomorfo». En Mondoñedo, las piezas típicas son cazolas y cazolos, y en Meder predominan las ollas y las tarteras.

El libro pretende animar al lector a emprender el viaje para encontrarse con esta antigua técnica y con sus artesanos, por lo que en cada zona también incluye consejos turísticos de utilidad para el visitante que se decida a aceptar su reto.