El monasterio de Caaveiro resucita en las fragas del Eume

Ramón Loureiro Calvo
ramón loureiro FERROL / LA VOZ

CULTURA

La edificación que corona el mejor conservado de todos los bosques atlánticos de Europa está rehabilitado de nuevo.

27 mar 2021 . Actualizado a las 17:09 h.

Caaveiro, el monasterio que corona el mejor conservado de todos los bosques atlánticos de Europa, está rehabilitado de nuevo. Los muros que custodian la memoria de figuras como la de aquel San Rosendo, el obispo al que ninguna espada dio miedo y que, a medio camino entre la historia y la leyenda, ya hizo que Galicia brillase hace mil años, han resucitado, desafiando a lo que parecía ser su destino. Han vuelto a la vida en lo alto de las rocas que contemplan el cielo entre las aguas del río Senín, que es como un cristal en movimiento, y el cauce manso del viejo Padre Eume.

La Diputación Provincial de A Coruña, actual propietaria de un edificio, situado en el término municipal de A Capela, que visitan anualmente 30.000 personas -la mayor parte de ellas llegadas a través de la carretera que Franco mandó construir para ir de pesca-, acaba de concluir una restauración que, de acuerdo con los datos facilitados por el propio organismo provincial, ha costado más de 2,3 millones de euros. Cifra total, esta, de la que 1,5 millones corresponden a la rehabilitación del propio monasterio; 270.000 euros a la restauración de la antigua vivienda de los caseiros (aquellos que regalaban, a los visitantes ilustres, jirones de la bellísima alba que la tradición, e incluso el canónigo López Ferreiro, historiador brillantísimo y literato de notable mérito, atribuyeron al mismísimo San Rosendo, y que hoy se custodia en la capilla de As Neves...); 307.000 euros al proyecto de musealización y, por último, 106.000 euros más a la instalación de una línea de media tensión subterránea de tres kilómetros para la conducción de la energía eléctrica.

«La rehabilitación de Caaveiro ha sido integral, puesto que ha supuesto la recuperación de la cubierta, la restauración de los interiores de las distintas edificaciones del conjunto monacal y la limpieza del exterior, la recuperación del camino de acceso al cenobio con pizarra; y todo ello, con el objetivo de conservar el espíritu de la construcción original», señalan los técnicos de la Diputación, a propósito de la recuperación de un edificio cuya dimensión simbólica, su auténtica trascendencia, va infinitamente más allá -nada hay más cierto- que su valor como monumento.

«Ha merecido la pena»

«Ha sido un proceso largo y costoso -dice el presidente provincial, Salvador Fernández Moreda-, pero creo que el esfuerzo ha merecido la pena, porque se ha hecho con absoluto respeto y mimo para conservar el espíritu primigenio del cenobio y garantizar su perfecta integración en el privilegiado entorno natural que lo rodea».

Subraya Moreda, en este sentido, que «el principal objetivo ha sido recuperar lo que había, dejar que Caaveiro se interprete a sí mismo, ofreciendo al visitante un viaje en el tiempo para conocer e imaginar cómo era la vida en este lugar hace más de diez siglos». Para el presidente provincial, la «perfecta simbiosis de historia y naturaleza convierte Caaveiro en un lugar mágico». La reapertura del monasterio será, oficialmente, el martes, en un acto que presidirá el propio Salvador Fernández Moreda.

En medio del invierno

Estos días de invierno, en los que el Eume baja, camino del mar, especialmente lleno, si se llega a Caaveiro por la carretera que discurre junto al río -la que mencionábamos antes: la de las fotos aquellas del señor aquel que pescaba con el sombrero puesto, ¿recuerdan...?- atravesando la fraga, que es la única posibilidad de llegar en coche hasta el puente desde el que hay que seguir caminando hasta el monasterio, puede suceder, por ejemplo, que en el momento menos pensado nos envuelva la tormenta, allí donde los cerezos dejan paso a los nogales y a los castaños y a los robles muy viejos. No estará de más entonces, si se tiene tiempo, detener el coche y escuchar, en silencio, la fuerza del agua y del viento, en medio de un bosque en el que no se ve ni un alma, a buen seguro porque las almas que por allí transitan son, casi todas, transparentes.

A la fraga del Eume le pasa lo que a las grandes catedrales: que no deja de sorprendernos cada vez que volvemos a entrar en ella. Y cuando uno, río arriba, ve por fin aparecer el monasterio -cosa que no raramente sucede en medio de la niebla o por el contrario bajo una luz solar que parece buscarlo a él directamente-, es más que probable, que, una vez más, se conmueva.

El señorío del búho real

Las fragas del Eume son uno de los pocos lugares en los que todavía se ve el cada vez más escaso búho real, verdadero prodigio volador, hijo al mismo tiempo del mito y de la naturaleza. «Si, eu tiven a sorte de velo varias veces», dice Santiago, el vigilante del monasterio. «E impresiona moitísimo -comenta, entre los muros recién restaurados, al pie de la puerta que cada mañana, camino del coro, cruzaban los canónigos regulares de san Agustín que yacen allí bajo tierra-. Non só polo grande que é, que é enorme, tanto que non parece un ave, senón pola rapidez coa que voa». Lo que jamás ha oído Santiago, en cambio, es el tañido de las campanas que Caaveiro ya no tiene en la torre de la iglesia. «Non, as campás si que non as oín nunca -repite él, riéndose-. E mira que por aquí pasa xente que di que as ten oído tocar. Pero eu nunca as escoite. Nin tampouco se me apareceu por aquí ningún difunto no medio da noite. ¡Nin sequera -ríe de nuevo- onde había máis enterramentos!». Junto al guardia de seguridad escucha, sin abrir la boca, la gata del monasterio. Se llama Rosenda. «Vena ver un gato moi raro que sae do medio da fraga -cuenta Santiago-. Cunha cara moi estraña. ¡Iso si que non o entendo...!».