Más de 600 obras se exponen en un insólito museo en la sede de la Unesco, que celebra su 60.º aniversario

Javier Albisu

CULTURA

04 ago 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

La cabeza del ángel de Nagasaki es una escultura labrada en piedra que tiene las facciones derretidas desde que una bomba atómica asoló en 1945 esa ciudad nipona y que ahora contempla discretamente el jardín de la Paz, uno de los pequeños tesoros artísticos que alberga la sede de la Unesco en París. La estatua proviene de la fachada de la Iglesia Ucraniana de Nagasaki, del único muro de aquel templo que sobrevivió a la explosión nuclear, a finales de la Segunda Guerra Mundial, y desde 1978 forma parte del fondo de museo de la Unesco, como regalo de la ciudad a la organización.

Frente a ese testigo pétreo de la devastación humana, 80 toneladas de piedras trasladadas desde Japón y emplazadas en un espacio de cerca de dos mil metros cuadrados conforman un jardín japonés concebido por el paisajista y arquitecto Isamu Noguchi, explicó la española Tania Fernández de Toledo, responsable de la colección de arte de la organización. Este reducto de calma que salpica el seno de la Unesco de cerezos, magnolias, puentes y estanques, es una pequeña reliquia escondida entre edificios institucionales.

Conocida principalmente por sus listas de patrimonios de la humanidad, en las que distingue enclaves naturales o culturales excepcionales, la Unesco alberga en su sede una colección artística de más de 600 obras que este año celebra su 60.º aniversario.

Baluartes de la paz

Entre ellas se puede visitar uno de los olivos más singulares del mundo, no solo por ser un árbol-escultura ideado por el israelí Dani Karavan, sino porque es la pieza más representativa de la llamada plaza de la Tolerancia Isaac Rabin, dedicada al ex primer ministro de Israel y premio Nobel de la Paz, asesinado a balazos por un extremista sionista en 1995.

Cerca del árbol se puede leer la Constitución de la Unesco en diez lenguas diferentes, entre ellas el árabe y el hebreo, donde resalta una frase que recuerda que «puesto que las guerras comienzan en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la paz».

Junto a obras de marcado simbolismo pacífico, la sede de la Unesco acoge también piezas que van desde las reliquias cuneiformes iraquíes hasta los grandes genios del siglo XX.

En cada esquina del que un día fue el edificio más moderno de París, ideado por Bernard Zehrfuss, Pier Luigi Nervi y Marcel Breuer con una estructura de madera y recubierto íntegramente de cemento, acecha el rastro del ingenio de creadores variopintos, que van desde Picasso a Erró.

El malagueño diseñó para la Unesco el que es su trabajo de mayor tamaño, un mural de noventa metros cuadrados que lleva por título La caída de Ícaro , no muy lejos de una escultura de Alexander Calder que es la pieza más grande del estadounidense instalada en suelo europeo.

Junto a ellos, la colección que gestiona Fernández de Toledo cuenta en su catálogo con nombres como los de George Braque, Joan Miró, Eduardo Chillida, Antoni Tàpies, Alberto Giacometti, Goya, Roberto Matta, Piet Mondrian, Henry Moore y Rufino Tamayo, entre otros.

En sus inicios, la Unesco encargaba a los artistas las obras (Moore, Picasso, Miró...), pero desde los años setenta todas las piezas que han pasado a formar parte de esta agencia son donaciones de los Estados, previa aceptación de un comité internacional.