En verano hay que aburrirse

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TIEMPO AL TIEMPO. Y más si es tiempo de pararse a vivir. Niños y adultos, a por más momentos libres de verdad, sin pautas ni programación. «El aburrimiento es necesario, es una espera que ayuda a desarrollar habilidades vitales». Las expertas Catherine L?Ecuyer y Bibiana Infante nos cuentan por qué

30 jul 2016 . Actualizado a las 05:10 h.

Urge que nada sea urgente. Calma para aplicarse en deberes vitales, esos que recomiendan quienes entienden la educación como un proceso en el que crecer y conocer van juntos. Desconecta. Respira. Explora. Abúrrete. Piérdete. Conócete. «Niños, niñas, maestros, maestras, madres, padres, abuelos, abuelas, disfrutad de este verano -nos anima en su Facebook César Bona, uno de los 50 mejores maestros del mundo-. Dedicaos a escuchar música, a buscar el silencio, a pintar, a cuidar plantas. A quedar con los amigos, a estar solos. A ir en bicicleta, a aprender a ir en bicicleta. A bucear, a ir al cine, a inventarse películas. A escribir, a contar los días. A hacer ruidos con la boca, a poner caras, a reíros de vosotros mismos, a reíros con los demás. A reír. A disfrutar. A vivir». Este verbo que bombea mejor en libertad quizá ha olvidado lo que el aburrimiento puede dar de sí. A los excesos de un mundo digital, largo verano para pasmar... y redescubrir el asombro. «Aburrirse es especialmente necesario, y productivo», destaca la psicóloga y educadora de padres y maestros Bibiana Infante, fundadora de Disciplina Positiva Galicia: «El verano es el período con más tiempo de ocio indefinido para los niños y a veces también para los adultos, lo que supone una gran oportunidad para encontrar tiempo para aburrirse y sacar de ahí muchos recursos vitales. A veces, cuando uno lleva un tiempo aburrido surgen las mejores ideas e incluso habilidades sociales». El aburrimiento es un motor, subraya para YES la investigadora y divulgadora canadiense Catherine L’Ecuyer, autora del bestseller Educar en el asombro: «Tolstói decía que aburrirse es ‘desear desear’; eso indica que donde hay aburrimiento hay brotes de deseo, hay esperanza. El aburrimiento puede ser el preámbulo al juego y a la creatividad». El aburrimiento, tal como describe Infante, es un momento de espera. «Y queremos llenar ese vacío de manera innata, porque estar aburrido puede ser una sensación desagradable; yo de niña recuerdo ver el aburrimiento como algo horrible», admite. Pero ese impasse, continúa, hace que «el cerebro busque sus recursos. Al buscar de dentro para fuera, empiezan a salir cosas propias, tus gustos, aptitudes, tu creatividad, tu talento». L’Ecuyer invita por su parte a aplicar «la prueba del aburrimiento» con los niños. «Dejémoslos jugar libremente unas dos horas con sus hermanos, sin juguetes, sin colchonetas, sin cromos, sin pantallas, sin bicicleta, en la naturaleza, y observemos cómo se desenvuelven. ¿Se entretienen solos, tranquilamente, imaginándose juegos, o se aburren y experimentan ansiedad?». Si se aburren conviene preguntarse por qué. La respuesta puede estar, dice la experta, en un ritmo de vida cotidiano frenético, en un ambiente demasiado estructurado, en niveles de estímulos muy altos y en la omnipresencia de pantallas. ¿Recurrimos a ellas demasiado? «Es que un niño aburrido es un niño latoso. Por eso, acabas por darle el iPad o programando alguna actividad, evitando esos tiempos libres no estructurados» que requiere la creatividad, expone Infante.

El pediatra Dimitri Christakis, experto mundial en el efecto pantalla, argumenta que los contenidos rápidos de la pantalla condicionan a los niños a unos ritmos extremadamente rápidos. «Consecuentemente -aporta L’Ecuyer-, la vida cotidiana les parece muy aburrida, lo que les provoca nerviosismo, hiperactividad y ansiedad». Por eso la calma se resiste tanto. «En un mundo digitalizado, debemos ayudar a nuestros hijos a imaginar, a explorar el mundo interior y exterior. Alentar esa parte que en ellos está más dormida, e invitarles a imaginar, por ejemplo, que el sofá es un barco y la alfombra el mar. Ahí puede empezar una aventura», dice Infante. Urge procurar el dolce far niente, estar a monte, sin hacer nada. En el salón. O en la playa. Contar con los dedos pensamientos, piedras o bikinis rojos a pie de mar. En verano aprender a aburrirse es una asignatura vital.