Hay gallegos que nunca han ido a Vigo o a Ferrol, pero que se han paseado y han comido perritos por las amplias avenidas de Nueva York.
Otros nunca han regateado para comprar queso en el mercadillo de Padrón o en la feira de Betanzos, pero han fundido parte del saldo de su tarjeta de crédito en las mareantes ofertas del Black Friday, esa jornada especial de rebajas que en Estados Unidos da el pistoletazo de salida al período de compras navideñas.
Da igual que no tenga tradición. O que aquí la víspera no se celebre la fiesta americana por excelencia, el de momento extranjero día de Acción de Gracias. El Black Friday, que se celebra hoy, cada vez es más popular en España. Lo prueban las muy intensas campañas publicitarias que llevan a cabo las grandes superficies comerciales y las cada vez más pujantes tiendas digitales. ¿Es un síntoma de una colonización, como la creciente celebración de Halloween? Tal vez. ¿Es una prueba de la globalización? Parece evidente. ¿Responde a las necesidades de las empresas de animar una época comercial tradicionalmente floja? Seguro. Lo que es innegable es el auge imparable del comercio electrónico. Cada vez más generaciones adquieren cosas en la Red. Y cada vez más consumidores practican el fenómeno llamado showrooming: prueban y examinan productos en el mundo real; compran, por el precio más competitivo, en una tienda digital. Sea o no Black Friday.